30 octubre 2024

Mi mamá - Relato publicado en Infonorte digital el 30 octubre 2024

 

Su ritual antes de dormir era siempre el mismo. Encendía la lámpara de su mesa, agarraba la mantita de unicornios y le contaba a Coco, el osito de peluche al que abrazaba por las noches, una historia sobre su heroína favorita: su mamá.

—¿Sabes quién es la mejor superheroína del mundo? —le contaba Lynnea a Coco con una gran sonrisa dibujada en el rostro—. Es mi mamá. Pero no es como la que sale en las películas con capa y mallas, y tampoco puede hacerse invisible. ¡Ella es mucho más especial!

Coco, su fiel amigo, siempre dispuesto a escuchar sus historias, la miraba con sus ojitos de botones.

—Mi mamá hace que se me alivie el dolor dándome un masajito en la tripa, me ayuda a dormir acariciándome el cabello y prepara roscas que me quitan el enfado —decía Lynnea con sus ojos grandes y brillantes abiertos de par en par—. Me acompaña a gimnasia cada día sintiéndose orgullosa de mí, celebra todas las cosas que consigo hacer yo solita y cuando me caigo y me hago daño aparece rápido a mi lado, como un rayo. Y sus besos alegran mi corazón, ¡como las chuches!

Lynnea miraba al techo, a las estrellas fluorescentes que dormían sobre su cabeza iluminando la habitación, como si intentara recordar algún superpoder más.

—También tiene superfuerza —añadió—. Es capaz de llevarme cogida con un solo brazo y cargar mi mochila del cole con el otro. Además, siempre es capaz de abrir el bote de la nocilla. ¡Qué otro superhéroe hace eso!

Coco seguía mirándola atentamente, sin decir ni mu.

—Pero lo que a mi más me asombra es que es capaz de adivinar lo que siento esté donde esté —afirmó Lynnea moviendo la mano llevándose un dedo a la boca en un gesto de silencio—. Cuando tengo miedo en las noches, ella lo sabe, aunque no se lo diga, y me invita a dormir en su cama. Y cuando me quedo con los abuelos y ella me llama por teléfono, me pregunta qué me pasa cuando estoy triste o aburrida. ¡Es alucinante!

Con un suspiro y sonrisa de orgullo, Lynnea abrazó a coco dándole las buenas noches y lo colocó junto a su almohada.

—Mi mamá es la mejor superheroína del mundo. Lleva traje de enfermera y me cura las heridas a mí y a otros niños, les quita el dolor y los hace reír con sus tiritas de colores. Y ese es el mejor poder del mundo —. Susurró Lynnea con los ojos ya casi cerrados.

Y así, con el recuerdo de las historias de su superheroína favorita, se quedó dormida, sintiéndose segura y feliz, sabiendo que su mamá siempre estaría ahí para cuidar de ella.

 

 


23 octubre 2024

Elentari, la guardiana - Microrrelato publicado el 23 de octubre en Amalgama de letras





En lo más profundo del bosque Lendorian, donde los árboles brillaban y sus hojas susurraban secretos,vivía Elentari, una elfa de cabellos plateados. Su hogar estaba en el único claro iluminado por la luna, rodeado de flores luminiscentes y mágicas.

Era conocida por su habilidad para comunicarse con los árboles. Pasaba horas conversando con ellos bajo sus copas o en sus ramas, compartiendo risas y relatos de otros tiempos más antiguos. Sin embargo, no todo era felicidad. El gran árbol, el más viejo y sabio de todos, le había advertido de que un dragón, enorme y oscuro, había despertado de su letargo y amenazaba con arrasar con el bosque.

Una noche, Elentari sintió la llamada. Sus amigos la necesitaban y, con más determinación que nunca, acudió en su ayuda. Armándose de valor, cogió sus flechas de piedra luna y su arco de madera sagrada. Y se adentró en el bosque. No obstante, lejos de encontrarse con un monstruo lleno de ira, lo que encontró fue a una pequeña criatura asustada pidiendo clemencia.

Lo que no se investiga, no pasó - Relato publicado el 22 de octubre en Telde Actualidad





El detective Aparicio encendió su enésimo cigarrillo del día. Le gustaba fumar sentado tras el gran ventanal de su oficina de la calle principal, observando las luces de la ciudad al caer la noche. Hacía ya una hora que debía haberse ido a casa, pero allí tan sólo lo esperaba el gato y el nuevo caso que le acababan de ceder parecía interesante y le olía a chamusquina.

El cuerpo de Guillermina Ríos, la exalcalde de la ciudad que dimitió tras las acusaciones de corrupción, había aparecido flotando en el puerto. Todos los de la comisaría sabían que andaba metida en algo grande y peligroso, pero nadie hablaba. Las personas poderosas relacionadas con ella tenían mucho que esconder y, los compañeros, ciudadanos de a pie, mucho que perder.  De ahí que el caso terminara encima de su mesa.

Visitó bares y restaurantes de las zonas más ricas de la ciudad, habló con gente con la que prefería no enemistarse nunca, indagó en la procedencia de los fondos de las tantas cuentas bancarias que poseía, incluso habló con los familiares que aún no habían huido al país vecino. Mirase donde mirase, cada pista lo llevaba una y otra vez a un hombre: Mikel, un empresario alemán afincado en España desde hacía unos años, amigo de políticos y banqueros.

Aquella noche, sentado delante del gran ventanal, había recibido una llamada anónima. “Si sigues con la investigación, aparecerás flotando en el mismo lugar en el que apareció ella”. Colgó y siguió fumando. Estaba más que acostumbrado a recibir amenazas, pero esa advertencia, esa voz, había sonado distinta.

Sin apartar la vista de la ciudad, abrió el cajón de su escritorio y sacó la foto. Santos, abrazado a Guillermina en una fiesta privada en un yate. Ambos sonreían. Y al fondo, su propio jefe.

Y supo en ese instante que hiciera lo que hiciera, no habría justicia. Devolvió la foto al cajón, recogió su chaqueta y volvió a casa.

Al día siguiente, su oficina amaneció completamente vacía, como si nunca hubiera existido un despacho en aquel lugar. En la televisión daban la noticia de la aparición del cadáver de un hombre encontrado en el mismo sitio en el que había aparecido la exalcaldesa,, y el caso se cerró sin respuestas.

No hubo investigación, nadie preguntó por el paradero de Aparicio tras leer su nota de despedida, y los poderosos siguieron con sus vidas, como siempre.

 

21 octubre 2024

La desaparición - Relato enviado al concurso del Ayuntamiento de Plentzia - Bruma Negra 2024





El Hospital de San Roque era un edificio antiguo, destinado a albergar a pacientes que necesitaban tratamientos crónicos. Sus pasillos largos alumbrados por luces tenues y sus salas abandonadas eran ahora tan sólo un recuerdo de lo grandioso que llegó a ser.

La rutina allí se había convertido en algo casi sagrado para su pequeña plantilla de personal, y Olga, la supervisora de enfermería, era conocida en el pueblo por su capacidad de hablar con los muertos.

En la madrugada del 2 de septiembre, en la habitación 207, Jorge dormía plácidamente. A sus 62 años, sus problemas cardíacos unidos al fallecimiento repentino de su hija pequeña, lo habían convertido en un hombre abandonado a su suerte en ese lugar, siendo uno de los pocos pacientes que aún podía levantarse y caminar. Eran las tres de la mañana cuando, durante la penúltima ronda del turno, las auxiliares lo vieron dormido en su cama por última vez.

El hospital, como cada noche, se sumía en un profundo silencio y sus pasillos se iluminaban tan sólo con la luz de la luna que entraba por los grandes ventanales del final del pasillo. Al llegar la medianoche, el celador que estaba de guardia se encargaba de cerrar la puerta principal con llave y se aseguraba de que todo estuviera en orden. Esa noche le había tocado a José Luis, que tras pasar la llave y conectar la alarma, se había atado el llavero a la hebilla de sus pantalones. Era un hombre parco en palabras pero eficaz y de buen corazón. Tras asegurarse de que todo estaba como debía estar, le gustaba acomodarse en la silla de la recepción principal desde donde podía ver las cámaras de seguridad y responder al timbre de la entrada.

A las seis, cuando el turno de noche ya casi llegaba a su fin, todos hacían una última ronda para revisar a los pacientes antes de que llegasen los compañeros de la mañana. Fue Celia la que notó que la puerta de la 207 estaba entreabierta. Al acercarse, pudo ver cómo la cama de Jorge estaba vacía y su manta perfectamente estirada, como si no hubiese habido nadie acostado allí en toda la noche.

—¿Qué pasa Celia? —preguntó José Luis.

—Jorge nunca se levanta de noche… —respondió Celia.

Todos comenzaron a buscarlo. Revisaron las habitaciones, los almacenes, los baños, el control de enfermería, la sala de familiares y los vestuarios. Hicieron lo mismo en el resto de plantas. Nada. Ni rastro de Jorge.

Desesperados, pidieron a José Luis que revisara las cámaras de seguridad para ver si éste había salido de la habitación. Sin embargo, en ninguna grabación se veía a Jorge. Era como si hubiese desaparecido por arte de magia.

Eran las siete de la mañana y sonaba el despertador. Olga, nada más abrir los ojos, ya presentía que algo pasada. Esa noche no había descansado nada pues un sueño la había estado atormentando una y otra vez. Había soñado que un paciente venía a su casa y trataba de comunicarse con ella, pero sus palabras sonaban entrecortadas y confusas. Desconcertada, decidió salir de la cama y ponerse en marcha. Mientras se preparaba para ir a trabajar, notaba cómo la inquietud iba en aumento.

En el coche, de camino al hospital, su corazón le decía que su paciente había muerto, pero había algo más que la tenía preocupada. Tratando de despejar su mente, subió el volumen de la radio y aceleró. No tenía ni idea de lo que estaba a punto de vivir…

Nada más llegar, pudo comprobar cuán tenso estaba el ambiente. Trabajadores y pacientes, de pie bajo el umbral de la puerta principal, esperaban impacientes. Todas las luces estaban encendidas, y la calma que normalmente se respiraba a aquella hora había sido sustituida por un ajetreo inusual. Olga se dirigió a la recepción donde Celia y José Luis analizaban las cámaras.

—¿Qué está pasando? —preguntó Olga.

—Es Jorge, el de la 207… —respondió José Luis con cautela. —Ha desaparecido. Anoche, durante la ronda de las tres, dormía tranquilamente, pero esta mañana ya no estaba. No está en ninguna parte del hospital y tampoco aparece en ninguna de las cámaras. Hemos llamado a la policía.

Olga sintió un nudo en el estómago. La inquietud que la acompañaba desde que se despertó, era ahora una certeza aterradora.

—¿Cuánto tarda en venir la policía? —preguntó.

—Acaban de llegar —dijo José Luis, señalando a la pareja de oficiales que se acercaba a la puerta.

Los policías, Manu y Antonio, los más veteranos y, además, vecinos del pueblo, saludaron y se acercaron a Olga.

—Buenos días, ¿ya conoces la noticia? —dijo Manu tomando el control de la situación. —Antonio y yo veníamos hablando sobre cómo pudo salir del hospital sin que nadie lo haya visto.

—Eso es lo que tratamos de averiguar —respondió Olga. —La puerta se mantiene cerrada durante la noche, así que creemos que no ha salido del hospital y está en algún lugar en el que no hemos mirado.

—Hemos revisado varias veces y no hemos visto nada —añadió José Luis con insistencia.

—Volveremos a revisar las cámaras, informaremos a su familia y, después, emitiremos una orden de búsqueda —comentó Manu.

Mientras los policías interrogaban a todos sobre lo que habían hecho en las últimas 24 horas, Olga seguía pensando en el mensaje que Jorge había tratado de transmitirle durante su sueño. Algo le decía que ya no estaba este mundo, pero el aura de misterio que envolvía su desaparición la inquietaba profundamente.

La hermana de Jorge vivía justo en el pueblo de al lado, por lo que no tardó en llegar. Su mujer y su hija mayor se distanciaron de él desde la muerte de la pequeña de la familia, pero ella seguía visitándolo una vez al mes.

María entró al hospital aún medio dormida. Al ver a Olga, se acercó a ella rápidamente.

—¿Qué ha pasado Olga? ¿Dónde está Jorge? —preguntó con desconcierto.

Olga la miró con compasión, consciente de que las respuestas que ella podía darle no serían ni prudentes, ni fáciles de aceptar.

—Aún no sabemos nada. Al parecer Jorge desapareció durante la madrugada y nadie lo ha visto.

María se desplomó en uno de los sillones de la sala de espera llevándose las manos al rostro.

—Sé que deberíamos venir a verlo más a menudo, sé que se siente abandonado, pero es que… —murmuró entre sollozos.

Olga permaneció a su lado, en silencio, pensando en cómo ofrecerle consuelo. Sin embargo, la realidad de la situación era tan oscura como los pensamientos que la atormentaban desde esta mañana.

Mientras, los policías abrían y cerraban puertas, subían y bajaban escaleras… nada. No encontraron nada que les hiciera sospechar cómo o por qué había desaparecido.

Olga sabía que algo no encajaba. Normalmente era capaz de percibir mensajes de manera clara pero ahora solo reconocía ciertos fragmentos de palabras, pero nada era claro.

Las horas pasaban y la confusión, lejos de desaparecer, aumentaba. Todos estaban cada vez más nerviosos. José Luis, no dejaba de decir que se sentía culpable por lo sucedido. Se autoflagelaba pensando que quizá se le había pasado algo. Así que decidió revisar una vez más las cámaras. Y lo que vio lo dejó helado.

En las imágenes, no se veía a Jorge salir de su habitación, pero sí había algo extraño. A eso de las cuatro, la cámara que apuntaba al pasillo desde el lado norte, mostraba, durante unos segundos, una sombra que se movía lentamente por el corredor de manera casi imperceptible. No era Jorge, de eso estaba seguro, pero podría significar algo, así que decidió enseñarle la grabación a Olga y a Antonio que se encontraban junto a la máquina de café.

Observaron atentamente. La figura era etérea, como algo no perteneciente al mundo de los vivos. La imagen recordaba a las historias de espíritus que vagan por lugares abandonados de los programas de televisión. Olga estaba acostumbrada a escucharlos, pero nunca los había visto. Antonio miraba con el ceño fruncido. No estaba convencido del todo pues, para él, aquello podía ser cualquier cosa: una mancha en la lente, un fallo en la grabación, una mota de polvo... Pero Olga sentía en su piel que la respuesta estaba mucho más allá de lo que se podía ver con los ojos.

—Busquemos en los alrededores —sugirió. —Algo me dice que no está aquí adentro. 

La policía, que ya había emitido la orden para salir a buscarlo, organizó a los allí presentes para cubrir el área que bordeaba al hospital: el barranco, la presa, la cancha del viejo colegio… Así que se pusieron en marcha.

Mientras tanto, Olga decidió quedarse consolando a la hermana de Jorge. Fue entonces cuando pudo sentirlo. En el pasillo de la segunda planta, sintió que no estaba sola. Una presencia caminaba justo detrás, como si la estuviera siguiendo. Se giró, pero no vio a nadie.

Decidió dirigirse hacia su habitación pues quizás allí sería capaz de percibir mejor el mensaje. Abrió la puerta lentamente y entró. Cerró los ojos y se concentró intentando captar alguna señal. Una brisa helada apareció de la nada, la envolvió y trajo con ella un susurro apenas audible.

—Ayúdame…

Su corazón comenzó a latir con fuerza. El tono de urgencia de los mensajes le hacía presagiar algo malo.

Mientras, en el barranco, buscaban sin cesar entre la maleza, sin éxito. El terreno era complicado y estaban empezando a perder la esperanza de encontrar alguna pista. Sin embargo, Manu, uno de los policías, decidió seguir adelante. Tenía la sensación de que había algo que se le escapaba.

En la habitación, Olga decidió coger algún objeto personal que le permitiera establecer una conexión más fuerte. Así que abrió su ropero y eligió el reloj de pulsera que guardaba en su chaqueta. Sosteniéndolo entre sus manos, cerró los ojos y dejó que la energía del entorno hiciera el resto. Los primeros segundos no sintió nada, pero después, volvió a escuchar aquel susurro.

—Ayúdame … —dijo Jorge.

—¿Qué necesitas? ¿Dónde estás? —gritó al aire.

—En la presa…

Olga se estremeció. ¿En la presa? ¿Quién lo había llevado hasta allí? Las dudas se amontonaban en su mente, pero decidió salir corriendo y dirigirse allí. Todos estaban ya de regreso de la búsqueda. Todos menos Manu.

—¿Y el otro policía? —preguntó Olga a José Luis.

—Siguió caminando —respondió él —nos dijo a los demás que volviésemos porque ya se hacía tarde.

Olga atravesó el barranco y fue hacia la presa.

—¡Manu!

—¡Por aquí! —respondió Manu.

Olga llegó jadeando. Él le dejó unos segundos para que se recuperara y le preguntó que qué pasaba para llegar a toda prisa y sola.

Esta le contó todo lo que había escuchado y él le confesó que había tenido un extraño presentimiento hacía un momento, motivo por el cual había decidido seguir buscando.

De repente, sonó la radio.

—Soy Antonio. Creo que he encontrado algo. Al oeste de aquí, justo antes de llegar al aparcamiento, hay otra presa mucho más antigua donde hay una cabaña abandonada.

Olga y Manu se miraron atónitos. La verdad estaba cerca.

El camino hacía allí era fácil, además, la luz del sol comenzaba a filtrarse a través de la copa de los árboles y les iluminaba el camino. Unos trescientos metros más allá, vieron la cabaña. Era pequeña, con el tejado lleno de musgo, las ventanas rotas y la puerta destrozada. Antonio les estaba esperando para entrar porque no se atrevía a hacerlo solo.

Los tres se acercaron con cautela. Manu apuntando con su pistola y Antonio con la radio preparada para pedir ayuda. Olga casi no podía respirar, pero se hizo la valiente y se recordó a sí misma que si había nacido con ese don era para ayudar a los demás.

Manu empujó la puerta y ésta se abrió con un chirrido. El interior estaba oscuro y el aire olía a humedad y abandono. Al dirigir la luz hacia el fondo de la cabaña, se quedaron helados.

En el suelo, rodeado por un círculo de velas apagadas, yacía el cuerpo de Jorge semidesnudo. Su piel pálida y fría. A su lado habían dibujado extraños círculos en el suelo que Olga describió como símbolos de invocación.

—¿Qué demonios es esto? —preguntó Antonio horrorizado.

—Es un ritual —dijo Olga —Alguien lo trajo hasta aquí para usar su alma en algún tipo de invocación.

Antonio y Manu, confundidos y asustados, la miraban atónitos sin saber muy bien si creer en lo que estaban viendo o salir corriendo.

—No es que no te creamos Olga, pero ¿quién sería capaz de hacer algo así? —se atrevió a decir Manu.

—No lo sé —contestó —Pero tenemos que sacarlo de aquí para que su alma descanse en paz.

Los policías avisaron por radio a los compañeros de la científica que fotografiaron el cadáver y tomaron muestras de todos los objetos.

Al mismo tiempo Olga rezaba, pues seguía sintiendo la presencia de seres que, invocados quizá por el ritual, no pertenecían a este mundo.

Tardaron horas en retirar el cuerpo y los objetos, dejando precintada la cabaña. Y no fue hasta que todos se habían marchado, y ella volvía al hospital, que Olga dejó de escuchar la voz de Jorge. Aliviada sabía que había encontrado su camino, pero, las preguntas sobre quién había realizado el ritual y cómo lo habían sacado del hospital seguían aún sin respuesta.

Con el cuerpo ya recuperado, tanto policías, como Olga, pensaban que era poco probable que encontraran al culpable. Rituales así sólo podían realizarlos sectas o alguien experto en estos temas y no había nadie así en el pueblo. Además, las únicas huellas que habían encontrado en la cabaña pertenecían al fallecido. 

Se vivieron momentos duros, de mucha tensión y, sin embargo, dos días después, el hospital ya había vuelto a su rutina habitual. Olga, por su parte, necesitaba descansar pues sentía que su don había sido puesto a prueba de una manera que nunca antes había experimentado.

Una semana después, recibió una visita.  Era María, la hermana de Jorge.

—Nunca te agradecí todo lo que hiciste —dijo, —Sé que mi hermano ya no está, pero al menos me consuela saber que su alma está en paz.

Olga asintió con un leve gesto de la cara y un nudo en la garganta.

—Sólo hice lo que debía hacer María. Nadie se merece algo así.

María se quedó en silencio unos segundos, no sabía cómo decirle lo que había descubierto.

—Hay algo más que necesito decirte —se atrevió a decir —Entre las pertenencias de Jorge encontré un cuaderno pequeño escondido en el forro de su chaqueta. Tenía símbolos dibujados como los que encontraron aquella noche en…

Olga se estremeció.

—¿Dónde está ese cuaderno? —preguntó.

—Me dio tanto miedo que lo quemé. — respondió María —No quería que nadie más lo encontrase.

Olga sentía cómo un escalofrío le recorría la espalda.

—Antes de quemarlo recuerdo leer un nombre varias veces… era algo así como José Luis.

—¿José Luis? —preguntó Olga asombrada —¿Estás segura?

De repente, todas las piezas del rompecabezas empezaban a encajar. Jorge había sido víctima de alguien que lo conocía y, además, se movía bien por el lugar.

—Su collar… —susurró Olga.

Las imágenes empezaron a aparecer en su mente. José Luis, el celador, encendiendo velas en el comedor para crear un entorno más agradable, escuchando sonidos de tambores durante el aseo, su viaje del año pasado al norte de Nigeria y su estancia con aquella tribu, el collar que decía que le había regalado su maestro y que nadie podía tocar…

—Entiendo que tuvieras miedo María, pero quizá ese libro era la única prueba para averiguar quién asesinó a tu hermano.

María no podía parar de llorar. Ahora se sentía culpable de haber estropeado la investigación. Olga la tranquilizó y le pidió que pasara por la comisaría del pueblo para contar lo que había visto. Después, se quedó sola. Cerró su despacho y se sentó a reflexionar sobre todo lo que ahora parecía tener sentido. Sabía que el mundo estaba lleno de gente mala, pero también que, por mucho que quisiera proteger a los que la rodeaban, no siempre podía evitar que el mal encontrara su camino y que, éste, podía provenir de quienes menos lo esperabas.

Se acercó a la ventana y miró hacia el patio. Allí estaba él, José Luis, acompañando a los pacientes durante su clase de gimnasia, como si nada hubiera pasado. Una parte de ella le decía que confiara en él pues no tenía pruebas que lo inculparan, pero la otra, que no bajase la guardia. Tenía la sensación de que algo más ocurriría y que era solo cuestión de tiempo.

Los días pasaron y la vida en el hospital volvió a una relativa normalidad. Sin embargo, una noche, mientras revisaba algunos libros en su casa, sintió una presencia familiar sentada a su lado. El aire se volvió frío y una brisa le trajo un ligero a olor a hospital. Alzó la vista y, aunque no vio nada, supo que ahí había alguien…

—Gracias…por venir a despedirte Jorge—susurró.

No hubo respuesta, pero la cálida sensación que envolvió su corazón le era más que suficiente. Suspiró, se levantó del sillón y se fue a la cama, confiando en que algún día podrían olvidarse de todo esto.

Esa noche Olga volvió a soñar.

—Lo siento, nunca quise que esto acabara así…

—¿Fuiste tú? —gritó Olga —y ahora estás… ¿muerto?

En todas las cadenas salía la noticia. José Luis, celador de San Roque, había sido encontrado por su vecino colgado en su patio junto a una nota que decía: Lo siento, nunca quise hacerle daño. La policía acababa de llegar al domicilio y se encontraba tomando declaración.

Olga no se lo podía creer. Le faltaba el aire y las lágrimas se agolpaban queriendo salir. Pero no quería llorar. Así que se terminó de tomar el café, ahora ya frío, se vistió y salió hacia el trabajo preparada, sin saber muy bien cómo, para enfrentarse a la dura jornada que tenía por delante.

Su último deseo - Microrrelato publicado en Infonorte digital el 21 de octubre 24



 El sol de la mañana comenzaba ya a asomarse tras la ventana de la habitación, iluminando levemente el rostro de Carmen que luchaba por seguir durmiendo. Los últimos días eran ya agotadores. Su cabello canoso y sus manos frágiles acrecentaban la melancolía de su rostro. Había ingresado allí el mes anterior debido al estado tan avanzado en el que se encontraba la enfermedad con la que llevaba conviviendo 5 años.

A su lado, la joven y bella Elena, la animaba a levantarse cogiéndole la mano con amabilidad, como hacía cada una de las mañanas desde su llegada.

—No me quiero levantar, —dijo Carmen—, durante el día me siento sola y vacía y, por la noche, me siento acompañada por mi familia en cada sueño. Así que déjame seguir soñando un ratito más.

Elena frunció el ceño, era la primera vez que la oía hablar de su familia.

—¿Y eso, señora Carmen? —preguntó con un tono suave, casi sin querer interrumpir el hilo de sus pensamientos.

—Fue por culpa de mi esposo, en paz descanse. Siempre fue un hombre de carácter difícil, muy testarudo. Él y mi hija, Clara, no se llevaban bien. Discutieron tantas veces… pero la última fue la peor. Yo no supe cómo intervenir. Y ella…decidió marcharse. Se llevó a mi nieto de tan sólo 4 años con ella. No los he vuelto a ver desde entonces.

Elena sintió la tristeza de Carmen como suya propia. Sabía que su marido había fallecido hacía 15 años y que ella, tras enfermar, se había ido a vivir con su hermana. Pero no tenía ni la menor idea de que tuviera una hija y un nieto. Entre sus contactos en caso de emergencia sólo tenían el teléfono de la hermana y el de una de sus vecinas.

—A veces me pregunto si me odian —continuó Carmen, con la voz quebrada—. O si simplemente se olvidaron de mí.

—Señora Carmen, —dijo la enfermera con un nudo en la garganta—, tal vez aún hay tiempo para arreglar las cosas. Quizás pueda intentar contactarlos.

Carmen la miró con ojos llenos de tristeza, pero también con una pequeña chispa de esperanza, aunque tenue.

—No sé si me quedará mucho tiempo, hija. No quiero morir sin haberles pedido perdón. Ni siquiera sé si ellos querrían verme...

Elena sabía que la situación de Carmen era crítica. Su enfermedad neurológica progresaba rápido, y su final estaba cerca. Pero también sabía que no podía dejar que Carmen se fuera con esa carga en su corazón.

Esa misma tarde, cuando salió de su turno, Elena llamó a su hermana para preguntarle por todo lo que sabía sobre su sobrina en Londres. Fue difícil, pero tras varios intentos de búsqueda por Instagram logró dar con su nieto. Tenía su misma edad y también era enfermero. Decidió escribirle un mensaje breve pero sincero, explicando la situación de su abuela y lo mucho que deseaba verle, con la esperanza de recibir respuesta.

Sin embargo, los días pasaban y ni siquiera parecía haber visto el mensaje. Y Carmen se encontraba cada vez más apagada.  Pero de repente, una mañana fría de otoño, mientras la enfermera administraba medicación para el dolor a Carmen, la encontró mirando por la ventana con los ojos llenos de lágrimas.

—Han venido… —susurró Carmen con una mezcla de asombro y alivio.

Minutos después ahí estaban. En el umbral de la puerta, su hija y su nieto la miraban con una mezcla de timidez y emoción.

—Mamá… —dijo Clara con la voz rota—. Lo siento tanto.

El reencuentro fue silencioso pero lleno de ternura. No hicieron falta más palabras. Las disculpas y el perdón se dieron en miradas y abrazos.

Elena, observando desde la puerta, se permitió una pequeña sonrisa antes de retirarse, dándoles el espacio que tanto tiempo habían perdido. Sabía que no podía hacer nada por detener la enfermedad, pero al menos había ayudado a que Carmen se despidiera de este mundo con el corazón en paz, rodeada de aquellos a quienes más amaba.

 


14 octubre 2024

Doña Emilia - Microrrelato publicado en Telde Actualidad el 14 de octubre 24

  





 La vida de Doña Emilia giraba en torno a un halo de misterio alimentado por todos los vecinos del pueblo que intercambiaban alguna palabra con ella. Vivía sola, en una antigua casona medio en ruinas cuyos muros parecían susurrar mitos y leyendas. Nadie conocía nada de su pasado, ni siquiera podían asegurar cuál era su verdadero nombre y, sin embargo, eran muchas las historias que se contaban sobre ella.

Una noche, una joven periodista recién titulada, llegó al pueblo en busca de nuevas historias. Había escuchado a su tío hablar sobre la misteriosa vecina que tenía en la casa de al lado e, intrigada por las historias que le contaba sobre ella, decidió hacerle una visita. La anciana, pese a la fama de ser un poquito huraña que le habían otorgado sin motivo alguno, recibió de manera amable y cordial a la joven. Con una agradable sonrisa en el rostro, le sirvió café con pastas. Sin embargo, bajo aquella fachada de amabilidad y delicadez, la periodista pudo intuir al gran abismo que se escondía bajo sus ojos, oscuros y profundos.

Sentadas en el porche, la joven le preguntó sobre su vida, los viajes que había realizado, los extraños objetos que tenía dentro de la casa y el porqué de haber terminado en aquel recóndito pueblo. Doña Emilia habló poco, y cada vez que respondía, lo hacía dejando un pequeño acertijo al final de cada frase, haciendo que la conversación adquiriese un toque cada vez más misterioso.

Entre todas las preguntas, hubo una que causó una reacción diferente en la anciana, captando la atención de la periodista.

—¿Qué puede contarme de la vieja caja de madera tallada que guarda sobre la chimenea? —preguntó la joven.

—No deberías haberme preguntado por ella —respondió la anciana con voz grave y ceño fruncido.

El aire del porche pareció cambiar de repente. El tic tac procedente del reloj de pared del salón se detuvo y una brisa fría le levantó la falda. Doña Emilia se puso de pie pareciendo aún más alta e imponente de lo que recordaba al presentarse hacía tan sólo unos minutos.

—Algunos secretos deben permanecer ocultos para siempre.

Sin previo aviso, la puerta de la casa se cerró de golpe. Un susurro inhumano pareció salir del interior, rodeando a la periodista hasta hacerla estremecer. Las paredes de la casa comenzaron a temblar y, casi sin darse cuenta, la anciana despareció.

La joven huyó. Llegó corriendo a casa de su tío y se aseguró de cerrar bien la puerta tras su paso. El eco de las risas no humanas parecía perseguirla y no quería dejarlas pasar. Sería mejor contarle a su tío que las historias que  se rumoreaban en el pueblo sobre Doña Emilia no eran reales y que, sólo se trataba de una anciana más viviendo sola en una casa vieja. Había pasado mucho miedo y prefería guardar en secreto lo sucedido.

Quizá algún día podría escribir sus memorias y ésta sería una las grandes historias que podría contar.

 


04 octubre 2024

La visita - Microrrelato publicado el 2 de octubre en Telde Actualidad




 

Y llegó el día. Muy pronto la verdad saldría a la luz y alguien debía preparar a los humanos. La cuestión era saber si estaban o no preparados para aceptar lo que estaba por venir.

El arcángel San Miguel sabía que el único autorizado para entrar y salir de la Tierra, adoptando cualquier forma humana que le hiciera pasar desapercibido, era él. Además, todos sus hermanos se habían puesto de acuerdo para elegirlo por unanimidad en la última asamblea.

De todas las formas humanoides disponibles, eligió convertirse en vagabundo pues, estando sucio y maloliente nadie se le acercaría. Pasó varios días y varias noches deambulando por las calles de las grandes ciudades. De un país a otro, de ciudad en ciudad, observaba los rostros cansados de quienes vivían sumidos en la rutina sin pensar en nada más allá de lo habitual y cotidiano. Escuchaba susurros de desesperanza y desilusión en cada esquina y nadie, excepto los niños, sonreía irradiando felicidad. 

Uno de los días, mientras estaba sentado en el parque alimentando a las palomas con migajas de un pan encontrado en la basura, escuchó a un grupo de jóvenes debatir sobre la verdad de la vida, sobre la posibilidad de no ser ellos los únicos habitantes del universo, sobre el poder del amor sobre todas las cosas y lo que se escondía más allá de las estrellas. Y sonrió. La humanidad aún tenía mucho que aprender para poder enfrentarse a las verdades ocultas del universo, pero aún había esperanza. 

Al caer la noche decidió volver junto a sus hermanos a contarle todo lo que había descubierto, no sin antes dejar su huella en la Tierra. Con un susurro liberó una chispa de amor, de entendimiento y de sabiduría que llegó a todos y cada una de las mentes de quienes allí habitaban. La verdad no sería revelada aún, pero sí que podía sembrar la cantidad justa de curiosidad que hiciera despertar la llama ya casi apagada de sus corazones.

 

 

 

 


03 octubre 2024

La trampa - Microrrelato publicado el 23 de septiembre en Infonorte digital

 



 

Eran ya las doce de la noche. Su teléfono comenzó a sonar, y una voz desconocida dijo susurrando: “Ya está hecho.”

Erik miró la pantalla, desconcertado. No sabía quién era, no había contratado a nadie, no tenía nada planeado ni pendiente de realizar. Sin embargo, al otro lado del teléfono, la voz siguió diciendo: “Escondí todo donde acordamos. Puedes estar tranquilo, nadie sospechará de ti.”

Y colgó.

Erik trataba de recordar las personas con las que se había reunido esa semana, los asuntos que había tratado, los negocios ya cerrados. Pero no recordaba nada. Su mente parecía estar en blanco.

A la mañana siguiente, la noticia estaba en todas las principales cadenas. Su socio había desaparecido. Erik no pudo más que sentir el peso de una culpa desconocida, como si en el fondo supiera que aquella llamada tenía algo que ver. Y entonces, la pantalla de su teléfono se iluminó, y un mensaje apareció en ella: “Espero que estés contento con el trabajo realizado. Ya no hay vuelta atrás.”

Erik entró en pánico, comenzó a sudar y le temblaban las piernas. No tenía ni idea de en qué se había metido, así que decidió contárselo todo a la policía, pero al dirigirse hacia la puerta de su apartamento, encontró un sobre que alguien debió haber deslizado por debajo. Dentro había una foto de él y de su socio cenando en su terraza, y en el reverso, una dirección escrita a lápiz con una caligrafía un tanto peculiar, como si lo hubiera escrito un niño pequeño. La duda lo inundó por un instante, pero se armó de valor y decidió ir.

La dirección lo llevaba a las afueras de la ciudad, a un antiguo almacén de verduras ahora abandonado. Olía a humedad y estaba poco iluminado, y el crujir de la madera deteriorada bajo sus pies lo ponía aún más nervioso. Con la respiración entrecortada siguió avanzando, hasta que vio una luz al fondo. Al llegar había una mesa, una silla y otro sobre con su nombre.

Lo abrió. Documentos, fotos, transferencias bancarias, facturas y correos electrónicos claramente falsificados cayeron sobre la mesa. Y todo lo vinculaba directamente a él con la desaparición de su socio. El corazón le iba a mil y la cabeza le iba a estallar. Alguien le había tendido una trampa.

De repente, la puerta del almacén se cerró de golpe, y una figura salió de detrás de ella. Era su socio. Estaba vivo y se dirigía hacia él con una sonrisa maliciosa dibujada en el rostro.

“Te dije que nadie sospecharía de ti, pero te mentí” dijo soltando una carcajada a la vez que llamaba a la policía desde su teléfono. “Todo esto es por tu culpa, Erik. Te crees tan perfecto. Tanto, que me diste la motivación que necesitaba para desaparecer…y llevarte conmigo.”

Erik intentó huir, pero el miedo lo tenía paralizado y ya era demasiado tarde. A lo lejos ya se escuchaban las sirenas de los coches de policía y supo, justo en ese preciso momento, que su vida había cambiado para siempre.

 

 


Secretos - Publicado en Magazine Norte Gran canaria el 31 de julio de 2025

Como cada noche, Lucía se encerró en su cuarto para leer el libro, ese donde las palabras parecían cobrar vida bajo la tenue luz de su lámpa...