La vida de Doña Emilia giraba en torno a un halo de misterio alimentado por todos los vecinos del pueblo que intercambiaban alguna palabra con ella. Vivía sola, en una antigua casona medio en ruinas cuyos muros parecían susurrar mitos y leyendas. Nadie conocía nada de su pasado, ni siquiera podían asegurar cuál era su verdadero nombre y, sin embargo, eran muchas las historias que se contaban sobre ella.
Una noche, una joven periodista recién titulada, llegó al pueblo en busca de nuevas historias. Había escuchado a su tío hablar sobre la misteriosa vecina que tenía en la casa de al lado e, intrigada por las historias que le contaba sobre ella, decidió hacerle una visita. La anciana, pese a la fama de ser un poquito huraña que le habían otorgado sin motivo alguno, recibió de manera amable y cordial a la joven. Con una agradable sonrisa en el rostro, le sirvió café con pastas. Sin embargo, bajo aquella fachada de amabilidad y delicadez, la periodista pudo intuir al gran abismo que se escondía bajo sus ojos, oscuros y profundos.
Sentadas en el porche, la joven le preguntó sobre su vida, los viajes que había realizado, los extraños objetos que tenía dentro de la casa y el porqué de haber terminado en aquel recóndito pueblo. Doña Emilia habló poco, y cada vez que respondía, lo hacía dejando un pequeño acertijo al final de cada frase, haciendo que la conversación adquiriese un toque cada vez más misterioso.
Entre todas las preguntas, hubo una que causó una reacción diferente en la anciana, captando la atención de la periodista.
—¿Qué puede contarme de la vieja caja de madera tallada que guarda sobre la chimenea? —preguntó la joven.
—No deberías haberme preguntado por ella —respondió la anciana con voz grave y ceño fruncido.
El aire del porche pareció cambiar de repente. El tic tac procedente del reloj de pared del salón se detuvo y una brisa fría le levantó la falda. Doña Emilia se puso de pie pareciendo aún más alta e imponente de lo que recordaba al presentarse hacía tan sólo unos minutos.
—Algunos secretos deben permanecer ocultos para siempre.
Sin previo aviso, la puerta de la casa se cerró de golpe. Un susurro inhumano pareció salir del interior, rodeando a la periodista hasta hacerla estremecer. Las paredes de la casa comenzaron a temblar y, casi sin darse cuenta, la anciana despareció.
La joven huyó. Llegó corriendo a casa de su tío y se aseguró de cerrar bien la puerta tras su paso. El eco de las risas no humanas parecía perseguirla y no quería dejarlas pasar. Sería mejor contarle a su tío que las historias que se rumoreaban en el pueblo sobre Doña Emilia no eran reales y que, sólo se trataba de una anciana más viviendo sola en una casa vieja. Había pasado mucho miedo y prefería guardar en secreto lo sucedido.
Quizá algún día podría escribir sus memorias y ésta sería una las grandes historias que podría contar.
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