El detective Aparicio encendió su enésimo cigarrillo del día. Le gustaba fumar sentado tras el gran ventanal de su oficina de la calle principal, observando las luces de la ciudad al caer la noche. Hacía ya una hora que debía haberse ido a casa, pero allí tan sólo lo esperaba el gato y el nuevo caso que le acababan de ceder parecía interesante y le olía a chamusquina.
El cuerpo de Guillermina Ríos, la exalcalde de la ciudad que dimitió tras las acusaciones de corrupción, había aparecido flotando en el puerto. Todos los de la comisaría sabían que andaba metida en algo grande y peligroso, pero nadie hablaba. Las personas poderosas relacionadas con ella tenían mucho que esconder y, los compañeros, ciudadanos de a pie, mucho que perder. De ahí que el caso terminara encima de su mesa.
Visitó bares y restaurantes de las zonas más ricas de la ciudad, habló con gente con la que prefería no enemistarse nunca, indagó en la procedencia de los fondos de las tantas cuentas bancarias que poseía, incluso habló con los familiares que aún no habían huido al país vecino. Mirase donde mirase, cada pista lo llevaba una y otra vez a un hombre: Mikel, un empresario alemán afincado en España desde hacía unos años, amigo de políticos y banqueros.
Aquella noche, sentado delante del gran ventanal, había recibido una llamada anónima. “Si sigues con la investigación, aparecerás flotando en el mismo lugar en el que apareció ella”. Colgó y siguió fumando. Estaba más que acostumbrado a recibir amenazas, pero esa advertencia, esa voz, había sonado distinta.
Sin apartar la vista de la ciudad, abrió el cajón de su escritorio y sacó la foto. Santos, abrazado a Guillermina en una fiesta privada en un yate. Ambos sonreían. Y al fondo, su propio jefe.
Y supo en ese instante que hiciera lo que hiciera, no habría justicia. Devolvió la foto al cajón, recogió su chaqueta y volvió a casa.
Al día siguiente, su oficina amaneció completamente vacía, como si nunca hubiera existido un despacho en aquel lugar. En la televisión daban la noticia de la aparición del cadáver de un hombre encontrado en el mismo sitio en el que había aparecido la exalcaldesa,, y el caso se cerró sin respuestas.
No hubo investigación, nadie preguntó por el paradero de Aparicio tras leer su nota de despedida, y los poderosos siguieron con sus vidas, como siempre.
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