21 octubre 2024

Su último deseo - Microrrelato publicado en Infonorte digital el 21 de octubre 24



 El sol de la mañana comenzaba ya a asomarse tras la ventana de la habitación, iluminando levemente el rostro de Carmen que luchaba por seguir durmiendo. Los últimos días eran ya agotadores. Su cabello canoso y sus manos frágiles acrecentaban la melancolía de su rostro. Había ingresado allí el mes anterior debido al estado tan avanzado en el que se encontraba la enfermedad con la que llevaba conviviendo 5 años.

A su lado, la joven y bella Elena, la animaba a levantarse cogiéndole la mano con amabilidad, como hacía cada una de las mañanas desde su llegada.

—No me quiero levantar, —dijo Carmen—, durante el día me siento sola y vacía y, por la noche, me siento acompañada por mi familia en cada sueño. Así que déjame seguir soñando un ratito más.

Elena frunció el ceño, era la primera vez que la oía hablar de su familia.

—¿Y eso, señora Carmen? —preguntó con un tono suave, casi sin querer interrumpir el hilo de sus pensamientos.

—Fue por culpa de mi esposo, en paz descanse. Siempre fue un hombre de carácter difícil, muy testarudo. Él y mi hija, Clara, no se llevaban bien. Discutieron tantas veces… pero la última fue la peor. Yo no supe cómo intervenir. Y ella…decidió marcharse. Se llevó a mi nieto de tan sólo 4 años con ella. No los he vuelto a ver desde entonces.

Elena sintió la tristeza de Carmen como suya propia. Sabía que su marido había fallecido hacía 15 años y que ella, tras enfermar, se había ido a vivir con su hermana. Pero no tenía ni la menor idea de que tuviera una hija y un nieto. Entre sus contactos en caso de emergencia sólo tenían el teléfono de la hermana y el de una de sus vecinas.

—A veces me pregunto si me odian —continuó Carmen, con la voz quebrada—. O si simplemente se olvidaron de mí.

—Señora Carmen, —dijo la enfermera con un nudo en la garganta—, tal vez aún hay tiempo para arreglar las cosas. Quizás pueda intentar contactarlos.

Carmen la miró con ojos llenos de tristeza, pero también con una pequeña chispa de esperanza, aunque tenue.

—No sé si me quedará mucho tiempo, hija. No quiero morir sin haberles pedido perdón. Ni siquiera sé si ellos querrían verme...

Elena sabía que la situación de Carmen era crítica. Su enfermedad neurológica progresaba rápido, y su final estaba cerca. Pero también sabía que no podía dejar que Carmen se fuera con esa carga en su corazón.

Esa misma tarde, cuando salió de su turno, Elena llamó a su hermana para preguntarle por todo lo que sabía sobre su sobrina en Londres. Fue difícil, pero tras varios intentos de búsqueda por Instagram logró dar con su nieto. Tenía su misma edad y también era enfermero. Decidió escribirle un mensaje breve pero sincero, explicando la situación de su abuela y lo mucho que deseaba verle, con la esperanza de recibir respuesta.

Sin embargo, los días pasaban y ni siquiera parecía haber visto el mensaje. Y Carmen se encontraba cada vez más apagada.  Pero de repente, una mañana fría de otoño, mientras la enfermera administraba medicación para el dolor a Carmen, la encontró mirando por la ventana con los ojos llenos de lágrimas.

—Han venido… —susurró Carmen con una mezcla de asombro y alivio.

Minutos después ahí estaban. En el umbral de la puerta, su hija y su nieto la miraban con una mezcla de timidez y emoción.

—Mamá… —dijo Clara con la voz rota—. Lo siento tanto.

El reencuentro fue silencioso pero lleno de ternura. No hicieron falta más palabras. Las disculpas y el perdón se dieron en miradas y abrazos.

Elena, observando desde la puerta, se permitió una pequeña sonrisa antes de retirarse, dándoles el espacio que tanto tiempo habían perdido. Sabía que no podía hacer nada por detener la enfermedad, pero al menos había ayudado a que Carmen se despidiera de este mundo con el corazón en paz, rodeada de aquellos a quienes más amaba.

 


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