03 octubre 2024

La trampa - Microrrelato publicado el 23 de septiembre en Infonorte digital

 



 

Eran ya las doce de la noche. Su teléfono comenzó a sonar, y una voz desconocida dijo susurrando: “Ya está hecho.”

Erik miró la pantalla, desconcertado. No sabía quién era, no había contratado a nadie, no tenía nada planeado ni pendiente de realizar. Sin embargo, al otro lado del teléfono, la voz siguió diciendo: “Escondí todo donde acordamos. Puedes estar tranquilo, nadie sospechará de ti.”

Y colgó.

Erik trataba de recordar las personas con las que se había reunido esa semana, los asuntos que había tratado, los negocios ya cerrados. Pero no recordaba nada. Su mente parecía estar en blanco.

A la mañana siguiente, la noticia estaba en todas las principales cadenas. Su socio había desaparecido. Erik no pudo más que sentir el peso de una culpa desconocida, como si en el fondo supiera que aquella llamada tenía algo que ver. Y entonces, la pantalla de su teléfono se iluminó, y un mensaje apareció en ella: “Espero que estés contento con el trabajo realizado. Ya no hay vuelta atrás.”

Erik entró en pánico, comenzó a sudar y le temblaban las piernas. No tenía ni idea de en qué se había metido, así que decidió contárselo todo a la policía, pero al dirigirse hacia la puerta de su apartamento, encontró un sobre que alguien debió haber deslizado por debajo. Dentro había una foto de él y de su socio cenando en su terraza, y en el reverso, una dirección escrita a lápiz con una caligrafía un tanto peculiar, como si lo hubiera escrito un niño pequeño. La duda lo inundó por un instante, pero se armó de valor y decidió ir.

La dirección lo llevaba a las afueras de la ciudad, a un antiguo almacén de verduras ahora abandonado. Olía a humedad y estaba poco iluminado, y el crujir de la madera deteriorada bajo sus pies lo ponía aún más nervioso. Con la respiración entrecortada siguió avanzando, hasta que vio una luz al fondo. Al llegar había una mesa, una silla y otro sobre con su nombre.

Lo abrió. Documentos, fotos, transferencias bancarias, facturas y correos electrónicos claramente falsificados cayeron sobre la mesa. Y todo lo vinculaba directamente a él con la desaparición de su socio. El corazón le iba a mil y la cabeza le iba a estallar. Alguien le había tendido una trampa.

De repente, la puerta del almacén se cerró de golpe, y una figura salió de detrás de ella. Era su socio. Estaba vivo y se dirigía hacia él con una sonrisa maliciosa dibujada en el rostro.

“Te dije que nadie sospecharía de ti, pero te mentí” dijo soltando una carcajada a la vez que llamaba a la policía desde su teléfono. “Todo esto es por tu culpa, Erik. Te crees tan perfecto. Tanto, que me diste la motivación que necesitaba para desaparecer…y llevarte conmigo.”

Erik intentó huir, pero el miedo lo tenía paralizado y ya era demasiado tarde. A lo lejos ya se escuchaban las sirenas de los coches de policía y supo, justo en ese preciso momento, que su vida había cambiado para siempre.

 

 


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