29 abril 2025

Mi lugar - relato publicado en Infornorte digital el 9 de Abril de 2025


A los 8 años pisé la nieve por primera vez. Mis padres me llevaron a esquiar a los Pirineos aprovechando las vacaciones de semana santa y, desde aquel momento en el que mis mejillas sintieron caer aquellos fríos y suaves copos de nieve, supe que volvería. Nosotros vivíamos en un lugar donde las estaciones pasaban desapercibidas y la nieve sólo la veíamos en las películas de navidad donde todo es amor y magia, así que soñar con volver y quedarme se convirtió en mi anhelo constante día tras día, año tras año.

Mis amigas solían reírse de mí porque siempre andaba dibujando paisajes donde las montañas siempre estaban nevadas, o porque escribía historias en las que unas hadas mágicas vivían refugiadas del frío en el interior de los abetos de un bosque. Me decían que debía aceptar que a mi alrededor todo era sol y playa, y que tenía que aceptarlo y vivir, que dejara de soñar con tonterías. Pero yo nunca perdí la esperanza; la vida es muy caprichosa y nunca se sabe lo que nos tiene preparado el destino. 

Cuando por fin llegué a la edad adulta, y la suficiente capacidad para decidir lo que quería hacer con mi vida y, por supuesto, el dinero que me permitiese elegir mi rumbo, empaqueté todas mis pertenencias y me mudé a los Alpes. Para muchos ese lugar era frío e inhóspito, pero para mí era sinónimo de plenitud. Al llegar, sentí como el aire puro acariciaba mis pulmones dándome la bienvenida y un escalofrío sacudió mi cuerpo llenándome de pura felicidad. 

Mis días se llenaron de caminatas por bosques helados, senderos llenos de nieve brillante y atardeceres en los que el cielo se teñía de rosa y violeta; y por las noches, sentada en el porche con una taza de chocolate caliente, mi mata favorita y buen libro, las aprovechaba para recordar los sueños que tenía de pequeña y los esfuerzos que hice para lograr que se hicieran realidad. Ahora, las montañas ya no eran un sueño, sino el lugar donde finalmente, y para siempre, podría vivir rodeada del paisaje que se quedó a vivir en mi interior desde aquel primer día.

Yo, enfermera - relato publicado en Infonorte digital el 16 de Abril de 2025


Ser enfermera es asumir un compromiso cotidiano con la vida. Es empezar el turno sabiendo que te irás a casa sintiéndote completamente diferente a cómo llegaste, cambiando a medida que te vas empapando de las voces de pacientes, familiares y compañeros en el bullicio de los pasillos.  Ser enfermera es saber que nuestra labor va más allá de salvar vidas. Cuidamos, sí, pero también acompañamos, apoyamos, planificamos y educamos en salud, velando por la dignidad de todas las personas a nuestro cargo.

Entre la diversidad cultural que nos rodea, ejercemos como puente de entendimiento, ofreciendo no solo terapias médicas, sino también una mirada de consuelo. Nuestros turnos se alargan, pasamos noches en vela y, a pesar del cansancio, encontramos energía en la sonrisa de un paciente que mejora. Al final de la jornada, puede que estemos exhaustas, pero la certeza de haber acompañado a alguien en uno de los momentos más vulnerables de su vida nos impulsa a seguir.

En la actualidad, el trabajo de la enfermería ha ganado mucha visibilidad, convirtiéndose en una profesión importante y necesaria para la sociedad, pero, aún así, ser enfermera significa seguir estando en la batalla por conseguir el reconocimiento que merece nuestra labor. Ni los aplausos ni los titulares miden nuestra vocación, sino la satisfacción de brindar un cuidado integral, sustentado en la humanidad y el respeto. El uniforme, nuestro uniforme, significa entender que cada gesto importa y que, con nuestras manos y nuestra empatía, podemos transformar la realidad de quienes más lo necesitan, paciente a paciente.


Entre polvo y estrellas - relato publicado en Infonorte digital el 2 de Abril de 2025


El polvo se arremolina lentamente en el aire, formando pequeños montoncitos que destacan iluminados por la luz mortecina del atardecer. Las paredes, decoradas por las grietas y las manchas de humedad, narran historias de un pasado que se resiste a quedar atrás. Cada fragmento de cemento en el suelo evoca la memoria de los miles de pasos que alguna vez recorrieron esos pasillos, convertidos ahora en recuerdos fantasmales que flotan sin rumbo.

El corazón de la habitación es el enorme y viejo ventanal, un marco desdentado que, contra todo pronóstico, conserva la dignidad de un gran observatorio. A través de él, se abre paso el horizonte, revelando el hermoso tapiz celeste donde la Vía Láctea brilla con un fulgor casi hipnótico. Los montes, aquellas sombras oscuras que destacan a lo lejos, se alzan como guardianes silenciosos de un tiempo más que detenido. El contraste entre la majestuosa belleza del firmamento y la decadencia del interior parece contar una historia llena batallas, algunas perdidas, pero también de esperanza.

Cuando la noche va cayendo, el aire se hace cada vez más frío, los susurros se adueñan del espacio, recorriendo cada uno de los rincones, como si el mismo edificio suspirara frente a la inmensidad del cosmos. El viento, ligero y suave, atraviesa los huecos de la pared, haciendo danzar a las motas de polvo que adquieren un brillo dorado que trata de competir con la luz plateada de la misma luna. Y es en ese preciso instante, en el que la línea entre lo terrenal y lo infinito se difumina haciendo que, incluso en la desolación más profunda, la promesa de un nuevo renacer permanezca latente.

Allí, en medio de escombros y estrellas, la vida se detiene para contemplar su propia fragilidad y admirar la grandeza del universo. Y en esa pausa silenciosa, el pasado y el futuro se funden, recordándonos que siempre hay algo nuevo por descubrir, sin importar cuán devastado parezca el presente.


07 abril 2025

La señorita de infantil - Relato publicado el 26 de Marzo en Infonorte digital





Dunia siempre se despertaba a las 5:00 am, cuando el sol aún no había salido y los gallos del vecino 

comenzaban a cantar. Le gustaba sentarse unos minutos al borde de la cama y escribir lo que había 

soñado esa noche en su viejo cuaderno de hojas recicladas. Soñaba con ser maestra en el colegio del 

pueblo y contar a los niños lo que solía escribir.


Cuando llovía, le gustaba asomarse a la ventana de su habitación desde la que veía el patio del colegio

e imaginar que ella era la profesora que estaba dando clase en el segundo piso: aquellos pupitres viejos y

pequeños, los pizarrones llenos de tia, los cuadernos abiertos esperando a ser dibujados y los niños

sonriendo ante sus locas historias.


Ella los enseñaría con amor y paciencia, tal y como lo había hecho su señorita de infantil doña Elvira.


Por la tarde, cuando sus primos venían a casa mientras los tíos trabajaban en la granja junto a papá. solía

imaginar que era la profesora y ellos los alumnos, practicando con ellos lo que haría con sus alumnos

cuando guera mayor. Qué feliz sería si pudiese lograr que todos aprendiesen a leer, a sumar, a restar...


Con el pasar de los años, puso todo su empeño en llegar a la universidad; se esforzó en cada clase y en 

cada examen y se presentó una y otra vez como voluntaria ante el director del colegio situado junto a la

casa en la que pasó la infancia. Y con el tiempo, aquella promesa que una vez se hizo a sí misma, se hizo

realidad, convirtiéndose en la profesora de infantil de la escuela más bonita del mundo: la suya.

Secretos - Publicado en Magazine Norte Gran canaria el 31 de julio de 2025

Como cada noche, Lucía se encerró en su cuarto para leer el libro, ese donde las palabras parecían cobrar vida bajo la tenue luz de su lámpa...