El viento gélido de la mañana soplaba con fuerza en Main Street, la gran avenida en la que se encontraban la mayoría de edificios gubernamentales y las empresas más poderosas del país. El imponente edificio de vidrio y acero en el que trabajaba Ana desde que había llegado allí se encontraba justo al final de la avenida, haciendo esquina con el parque en el que solían reunirse con el resto de sus compañeros, y trabajadores de las demás empresas, para tomar el lunch.
Desde su primer día de trabajo, Ana se convirtió en una pieza fundamental de la empresa, pero, sobre todo, de su equipo, quienes la admiraban por su seguridad, su capacidad de liderazgo y la empatía que mostraba con los demás. Sin embargo, ese día, tras luchar contra el viento y alcanzar las puertas giratorias, se sintió insegura y nerviosa por primera vez. Hacía unos días, sus jefes anunciaron que había quedado libre una vacante para un puesto superior de gestión y buscaban al mejor candidato. Y ella, aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que ese trabajo debía de ser suyo.
Su oficina se encontraba en la planta 21, la última y la que mejores vistas tenía hacia la torre del reloj de la catedral. Le gustaba respirar profundamente a medida que el ascensor se elevaba hasta allí, imaginando que era capaz de volar. Luego, saludaba alegremente y se sentaba en su escritorio lista para comenzar con las gestiones de cada día, pero esa mañana ni respiró, ni saludó. Se sentía extrañamente impaciente por conocer cómo sería el proceso de selección.
La vacante disponible era para ejercer como coordinador de área, con un departamento entero a su cargo, mejor salario y muchas más responsabilidades. Ella conocía a todos y cada uno de los integrantes de los diferentes departamentos de la empresa, se sabía de memoria los protocolos y, su historial de logros hablaba por sí solo. No obstante, mientras volvía a leer el correo en el que se informaba de la vacante, las palabras de su compañera María resonaron en su cabeza.
—Ana, ese puesto nunca se lo darán a una mujer. Durante los casi 35 años que llevo en la empresa, ese puesto siempre ha sido ocupado por hombres.
Ana levantó la cabeza, justo a tiempo para ver cómo María se acercaba hacia su despacho con una ligera en el rostro y ojos de quién intenta animar a alguien aún a sabiendas de que no ocurrirá nada bueno.
—Buenos días, Ana. —dijo María con tono amable y cercano. —Espero que no estés nerviosa. Todos sabemos que tú eres la mejor candidata.
—Yo soy la más cualificada. —afirmó en alto tratando de convencerse a sí misma. —Sería lo más justo.
Marta asintió, pero seguía manteniendo esa mirada de resignación con la que había entrado en el despacho.
—Claro que sería lo más justo. Pero ya sabes cómo funciona esto. Y al parecer, Manu también opta al puesto.
Manu. Un nombre que, desde el anuncio del puesto, circulaba como susurro silencioso, pero arrasador, por todos los pasillos de la oficina. Era joven y guapo, no llevaba ni tres años en la empresa y no destacaba en nada, excepto por esos hermosos ojos grandes y azules, pero tenía una cualidad especial que lo hacía inolvidable: siempre estaba cerca de Rubén, el hijo del jefe y dueño de la empresa. Lo acompañaba en sus viajes y en sus reuniones con inversores, le hacía favores que a los demás nos parecían insultantes y le reía los chistes malos. A ojos de los demás era encantador y mantenía una relación privilegiada con el “heredero”. Y eso en la empresa era importante.
Ana sabía que, además de Manu, sus otros dos compañeros, Steven y John, también se presentarían. Pero, ni tenían más experiencia ni contaba con los logros que ella acumulaba a lo largo de su vida profesional, por lo que no podrían equipararse a ella.
Y llegó el día. Veinte minutos después de haber encendido el ordenador, sonó su teléfono. Era su turno. Le tocaba entrevistarse con el jefe, su hijo y el resto de la directiva.
Ana lo dio todo. Habló con claridad y fluidez de todos sus proyectos, expuso sus ideas para mejorar los protocolos internos y los procesos de distribución y recordó cómo había solucionado con rapidez los problemas a los que se habían presentado en el pasado. Sabía que su currículum era impecable y lo enseñaba orgullosa, y los años de experiencia en aquel puesto la respaldaban. En cada pregunta que le hacían, se esforzaba por mantener la calma y mostrarse segura sin llegar a ser arrogante. Aunque en el fondo, las palabras del resto de sus compañeros con respecto a Manu le hacían presagiar que no sería ella la elegida.
Dos días después, llegó la decisión final. La notificación del comité le llegó por correo y fue breve y directa: gracias por tu esfuerzo y dedicación, pero ya tenemos candidato.
Ana miraba el correo sin saber bien qué decir. Notaba la garganta seca, las lágrimas se agolpaban en sus ojos queriendo salir, y la rabia e impotencia comenzaban a invadirla.
—¿Manu? —gritó al aire con incredulidad, —pero si acaba de llegar a la empresa. Nunca ha gestionado un proyecto él sólo y no conoce a casi nadie del equipo.
Era más que evidente que, en su elección, no habían tenido nada que ver los méritos profesionales, sino los personales. Y su compañera María ya se lo había advertido. Manu caía bien, y era hombre.
Su frustración pronto se convirtió en indignación, sentimiento que no iba a dejar que se quedara en ella y le hiciera sentir inferior. En los días siguientes, comenzó a darse cuenta de lo que antes le pasaba inadvertido: los murmullos en los pasillos, los gestos de complicidad entre sus compañeros varones y, la escasez de altos cargos ostentados por mujeres que había dentro de la empresa. ¿Cuántas veces había escuchado este tipo de historias en los debates de televisión? Mujeres fuertes, capaces y preparadas que veían cómo su carrera se estancaba mientras hombres menos válidos ascendían y subían de rango.
Esta vez le había tocado a ella. Y no pensaba quedarse de brazos cruzados.
Impulsada por la rabia y el inconformismo, comenzó a escribir un correo dirigido al departamento de Recursos Humanos. En él, solicitó de manera formal una revisión detallada de todo el proceso de selección de candidato, argumentando que los méritos no habían sido evaluados justamente. Pronto, mujeres de otros departamentos e, incluso, algunos hombres, se unieron a ella enviando el mismo correo. Steven, uno de los que también había sido rechazado le confesó su incredulidad ante la elección confesándole que durante el proceso siempre pensó que sería ella la elegida.
—Todos están de acuerdo en que te lo mereces, Ana. —le dijo— Esto no es justo, así que vamos a apoyarte en tu reivindicación.
La revolución comenzó a fraguarse dentro de la empresa. Unos a otros se iban informando de lo sucedido y cada vez eran más los que se unían a la lucha, tanto hombres como mujeres. No se trataba tan sólo de una cuestión de género, sino de transparencia y justicia. Pronto, la presión fue tal que el departamento, ante el miedo de involucrar también a la prensa, se vio obligado a convocar nuevamente la vacante para el puesto. Pero esta vez, llevando a cabo un proceso de selección mucho más transparente.
La nueva convocatoria se haría pública, así lo anunció la empresa una semana después. Las entrevistas y los méritos serían expuestos ante todo el personal previa autorización de los candidatos y el elegido, se daría a conocer al día siguiente de la misma manera.
Manu fue el primero en presentarse delante de todos en el auditorio, exponiendo sus méritos académicos y profesionales en un panel proyectado sobre la pared del fondo. Habló con seguridad, mencionando la relación tan cercana que mantenía con parte del equipo directivo y los antecedentes de la empresa de mantener siempre a hombres en ese cargo. Sus méritos, sin embargo, pasaron desapercibidos pues casi no tenía tiempo trabajado y los proyectos que había presentado nunca habían sido aceptados.
Ana fue la siguiente, y la diferencia fue abrumadora. En el salón se respiraba un ambiente de tensión y silencio absoluto pues, todos estaban expectantes para verla defender su valía. Ella habló con fuerza, con precisión y con fluidez. Sus números fueron concretos, dando ejemplos claros de cómo había liderado los diferentes momentos de crisis, nombrando todas y cada una de las mejoras que habían implementado en la empresa y que la hacían colocarse entre las 10 mejores del país, generando resultados arrolladores y medibles para los diferentes departamentos en los que tomaba decisiones. Su presentación fue impecable y, al terminar, el silencio de la sala dejó paso a aplausos y sonidos de asombro, de ánimo y de apoyo de todos los presentes.
Pese a la clara derrota del resto de candidatos frente a Ana, la decisión final se hizo esperar un par de días, aunque el rumor de la presentación tan arrolladora que había hecho ya se había extendido a todos los rincones de la empresa dándole a ella la victoria. Incluso los más escépticos sabían que esta vez no había margen para los favoritismos. El proceso había sido tan abierto y tan claro que cualquier intento de manipulación de resultados sería más que evidente.
Finalmente, el lunes al medio día, Ana recibió el correo con el resultado final del proceso de selección. La emoción la embargó aún sin llegar a abrirlo. Cerró los ojos, respiró y le dio al botón de enter.
Había ganado.
El puesto era suyo. No porque se llevase bien con los altos cargos, no porque hubiera hecho favores o hubiera tratado a alguien de una manera especial, sino porque se lo merecía. Por su esfuerzo, su dedicación y su compañerismo, se lo merecía.
Los días siguientes fueron de celebración con sus compañeros, pero también de reflexión con ella misma. Lo que había logrado no había sido tan sólo un triunfo personal, sino un mensaje para todas las mujeres de la empresa, para todas las que alguna vez vieron cómo eran ignoradas o menospreciadas en un mundo empresarial de hombres.
Ella había sido la primera, pero pretendía no ser la última.
—Sabía que lo conseguirías, Ana —le dijo María, mientras la abrazaba —. Has abierto las puertas a todas las mujeres de la empresa, y del país pues tu historia debe ser contada para servir de ejemplo a todas aquellas mujeres que se encuentren en tu misma situación.
Ana asintió, sintiéndose orgullosa de haber llegado hasta ahí y responsable de seguir manteniéndose como ejemplo para las demás.
Los meses siguientes, los pasó acudiendo a conferencias donde exponía sus proyectos de igualdad, transparencia y justicia. A través de los protocolos de selección que creaba para implantar en muchas de las empresas del país, pretendía promover la equidad de género dentro de las mismas.
Lo que había logrado a nivel personal, se convirtió en el inicio de un cambio mucho más grande, donde las mujeres especialmente formadas empezaron a ser reconocidas como iguales dentro de la dirección.
Por fin su voz había sido escuchada, y con la de ella, la de muchas más.