29 enero 2025

Envidia - Relato publicado el 29 de enero en Infonortedigital





Luna siempre había sido una chica muy positiva, las desavenencias de la vida la habían obligado a ser así, a pensar que todo era posible y que, si te esfuerzas, puedes conseguir todo lo que te propongas. Le gustaba creer que las cosas llegaban cuando debían y que ahora, por fin, había llegado su momento. Trabajaba en lo que quería, tenía una hija maravillosa, su pareja la cuidaba cada día y estaba consiguiendo los logros que alguna vez se había propuesto alcanzar.

Además, había aprendido también a disfrutar de las pequeñas cosas que normalmente pasaban desapercibidas: el aroma a café por las mañanas, el sonido de la lluvia tras el cristal, la risa de su pequeña, los besitos de nariz...Sin embargo, no todo era perfecto. Miradas de coraje, susurros a su espalda al pasar y comentarios con doble intención, le hacían pensar que en su entorno algo no iba bien.

Entre esas miradas (y saludos por obligación), se encontraban las de Alba y Nuria, compañeras de trabajo que solían ser encantadoras y seguras de sí mismas y que, últimamente, solían dirigirse a ella con sarcasmo. “Qué suerte tienes, Luna” “Ay, muchas gracias” “Es que a ti todo te sale bien” “Cada uno hace lo que quiere”…

Pese a ello, Luna seguía siendo feliz, estaba segura de que ella no había hecho nada hiriente hacia ninguna de las dos, así que seguía con su vida como si nada. De hecho, desde hacía mucho tiempo sólo se dirigía a ellas para decir “hola” (y ni siquiera devolvían el saludo) porque así la habían educado desde pequeña.

Lejos de sentirse culpable, recordó las palabras de su amiga Rocío: “a veces, querer ser como tú y no poder genera envidia, y no tiene por qué ser tu problema”. Y es que, no hay sentimiento tan feo y corrosivo como la envidia. Es como una sombra que se alimenta de los logros ajenos vistos desde tu propia escasez. No surge porque los demás quieran dañarte, sino porque tú misma te sientes amenazada o incompleta cuando te miras en el espejo… y te comparas.

Luna entendió que ella no era culpable de nada, pues no se creía superior a nadie ni pretendía serlo, simplemente su chispa encendía la incomodidad de quienes no encontraban estabilidad, serenidad o satisfacción en su día a día. Como decía su madre, “el tiempo es sabio y pone a cada uno en su lugar”, y así ocurrió.

 

Con el tiempo, Luna dejó de preguntarse qué había hecho para merecer las críticas y comenzó a mirar a sus compañeras con compasión. En lugar de enfadarse o alejarse, decidió cultivar la empatía y, cuando notaba que alguien la miraba con recelo, respondía con amabilidad y con una sonrisa en el rostro.

Un día, mientras compartían una tarea, Alba le confesó que se había equivocado juzgándola, que siempre había sentido que todo lo que ella tenía era lo que había deseado para sí misma. "Todas cargamos nuestras propias batallas, Alba. Quizás lo importante es aprender a apoyarnos en lugar de compararnos y atacarnos”, le contestó, “sentir envidia hacia los demás es un mal que debemos combatir entre todos, es un enemigo común que nos da la oportunidad de reflexionar y construir relaciones más duraderas”.

Desde entonces, vuelve a reinar la armonía en el trabajo, ha dejado de sentir que su presencia incomoda a sus compañeras y estas se han vuelto mas cercanas y solidarias con ella. Simplemente bastó una conversación…

 

23 enero 2025

Cuestión de méritos - Relato presentado al Certamen Relatos Breves Mujeres 2024




 

El viento gélido de la mañana soplaba con fuerza en Main Street, la gran avenida en la que se encontraban la mayoría de edificios gubernamentales y las empresas más poderosas del país. El imponente edificio de vidrio y acero en el que trabajaba Ana desde que había llegado allí se encontraba justo al final de la avenida, haciendo esquina con el parque en el que solían reunirse con el resto de sus compañeros, y trabajadores de las demás empresas, para tomar el lunch.


Desde su primer día de trabajo, Ana se convirtió en una pieza fundamental de la empresa, pero, sobre todo, de su equipo, quienes la admiraban por su seguridad, su capacidad de liderazgo y la empatía que mostraba con los demás. Sin embargo, ese día, tras luchar contra el viento y alcanzar las puertas giratorias, se sintió insegura y nerviosa por primera vez. Hacía unos días, sus jefes anunciaron que había quedado libre una vacante para un puesto superior de gestión y buscaban al mejor candidato. Y ella, aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que ese trabajo debía de ser suyo.


Su oficina se encontraba en la planta 21, la última y la que mejores vistas tenía hacia la torre del reloj de la catedral. Le gustaba respirar profundamente a medida que el ascensor se elevaba hasta allí, imaginando que era capaz de volar. Luego, saludaba alegremente y se sentaba en su escritorio lista para comenzar con las gestiones de cada día, pero esa mañana ni respiró, ni saludó. Se sentía extrañamente impaciente por conocer cómo sería el proceso de selección.


La vacante disponible era para ejercer como coordinador de área, con un departamento entero a su cargo, mejor salario y muchas más responsabilidades. Ella conocía a todos y cada uno de los integrantes de los diferentes departamentos de la empresa, se sabía de memoria los protocolos y, su historial de logros hablaba por sí solo. No obstante, mientras volvía a leer el correo en el que se informaba de la vacante, las palabras de su compañera María resonaron en su cabeza.


—Ana, ese puesto nunca se lo darán a una mujer. Durante los casi 35 años que llevo en la empresa, ese puesto siempre ha sido ocupado por hombres.


Ana levantó la cabeza, justo a tiempo para ver cómo María se acercaba hacia su despacho con una ligera en el rostro y ojos de quién intenta animar a alguien aún a sabiendas de que no ocurrirá nada bueno.


—Buenos días, Ana. —dijo María con tono amable y cercano. —Espero que no estés nerviosa. Todos sabemos que tú eres la mejor candidata.


—Yo soy la más cualificada. —afirmó en alto tratando de convencerse a sí misma. —Sería lo más justo.

Marta asintió, pero seguía manteniendo esa mirada de resignación con la que había entrado en el despacho.


—Claro que sería lo más justo. Pero ya sabes cómo funciona esto. Y al parecer, Manu también opta al puesto.


Manu. Un nombre que, desde el anuncio del puesto, circulaba como susurro silencioso, pero arrasador, por todos los pasillos de la oficina. Era joven y guapo, no llevaba ni tres años en la empresa y no destacaba en nada, excepto por esos hermosos ojos grandes y azules, pero tenía una cualidad especial que lo hacía inolvidable: siempre estaba cerca de Rubén, el hijo del jefe y dueño de la empresa. Lo acompañaba en sus viajes y en sus reuniones con inversores, le hacía favores que a los demás nos parecían insultantes y le reía los chistes malos. A ojos de los demás era encantador y mantenía una relación privilegiada con el “heredero”. Y eso en la empresa era importante.


Ana sabía que, además de Manu, sus otros dos compañeros, Steven y John, también se presentarían. Pero, ni tenían más experiencia ni contaba con los logros que ella acumulaba a lo largo de su vida profesional, por lo que no podrían equipararse a ella.


Y llegó el día. Veinte minutos después de haber encendido el ordenador, sonó su teléfono. Era su turno. Le tocaba entrevistarse con el jefe, su hijo y el resto de la directiva.


Ana lo dio todo. Habló con claridad y fluidez de todos sus proyectos, expuso sus ideas para mejorar los protocolos internos y los procesos de distribución y recordó cómo había solucionado con rapidez los problemas a los que se habían presentado en el pasado. Sabía que su currículum era impecable y lo enseñaba orgullosa, y los años de experiencia en aquel puesto la respaldaban. En cada pregunta que le hacían, se esforzaba por mantener la calma y mostrarse segura sin llegar a ser arrogante. Aunque en el fondo, las palabras del resto de sus compañeros con respecto a Manu le hacían presagiar que no sería ella la elegida.


Dos días después, llegó la decisión final. La notificación del comité le llegó por correo y fue breve y directa: gracias por tu esfuerzo y dedicación, pero ya tenemos candidato.


Ana miraba el correo sin saber bien qué decir. Notaba la garganta seca, las lágrimas se agolpaban en sus ojos queriendo salir, y la rabia e impotencia comenzaban a invadirla.


—¿Manu? —gritó al aire con incredulidad, —pero si acaba de llegar a la empresa. Nunca ha gestionado un proyecto él sólo y no conoce a casi nadie del equipo.


Era más que evidente que, en su elección, no habían tenido nada que ver los méritos profesionales, sino los personales. Y su compañera María ya se lo había advertido. Manu caía bien, y era hombre.


Su frustración pronto se convirtió en indignación, sentimiento que no iba a dejar que se quedara en ella y le hiciera sentir inferior.  En los días siguientes, comenzó a darse cuenta de lo que antes le pasaba inadvertido: los murmullos en los pasillos, los gestos de complicidad entre sus compañeros varones y, la escasez de altos cargos ostentados por mujeres que había dentro de la empresa. ¿Cuántas veces había escuchado este tipo de historias en los debates de televisión? Mujeres fuertes, capaces y preparadas que veían cómo su carrera se estancaba mientras hombres menos válidos ascendían y subían de rango.

Esta vez le había tocado a ella. Y no pensaba quedarse de brazos cruzados.


Impulsada por la rabia y el inconformismo, comenzó a escribir un correo dirigido al departamento de Recursos Humanos. En él, solicitó de manera formal una revisión detallada de todo el proceso de selección de candidato, argumentando que los méritos no habían sido evaluados justamente. Pronto, mujeres de otros departamentos e, incluso, algunos hombres, se unieron a ella enviando el mismo correo. Steven, uno de los que también había sido rechazado le confesó su incredulidad ante la elección confesándole que durante el proceso siempre pensó que sería ella la elegida.


—Todos están de acuerdo en que te lo mereces, Ana. —le dijo— Esto no es justo, así que vamos a apoyarte en tu reivindicación.


La revolución comenzó a fraguarse dentro de la empresa. Unos a otros se iban informando de lo sucedido y cada vez eran más los que se unían a la lucha, tanto hombres como mujeres. No se trataba tan sólo de una cuestión de género, sino de transparencia y justicia. Pronto, la presión fue tal que el departamento, ante el miedo de involucrar también a la prensa, se vio obligado a convocar nuevamente la vacante para el puesto. Pero esta vez, llevando a cabo un proceso de selección mucho más transparente.


La nueva convocatoria se haría pública, así lo anunció la empresa una semana después. Las entrevistas y los méritos serían expuestos ante todo el personal previa autorización de los candidatos y el elegido, se daría a conocer al día siguiente de la misma manera.


Manu fue el primero en presentarse delante de todos en el auditorio, exponiendo sus méritos académicos y profesionales en un panel proyectado sobre la pared del fondo. Habló con seguridad, mencionando la relación tan cercana que mantenía con parte del equipo directivo y los antecedentes de la empresa de mantener siempre a hombres en ese cargo. Sus méritos, sin embargo, pasaron desapercibidos pues casi no tenía tiempo trabajado y los proyectos que había presentado nunca habían sido aceptados.


Ana fue la siguiente, y la diferencia fue abrumadora. En el salón se respiraba un ambiente de tensión y silencio absoluto pues, todos estaban expectantes para verla defender su valía. Ella habló con fuerza, con precisión y con fluidez. Sus números fueron concretos, dando ejemplos claros de cómo había liderado los diferentes momentos de crisis, nombrando todas y cada una de las mejoras que habían implementado en la empresa y que la hacían colocarse entre las 10 mejores del país, generando resultados arrolladores y medibles para los diferentes departamentos en los que tomaba decisiones. Su presentación fue impecable y, al terminar, el silencio de la sala dejó paso a aplausos y sonidos de asombro, de ánimo y de apoyo de todos los presentes.


Pese a la clara derrota del resto de candidatos frente a Ana, la decisión final se hizo esperar un par de días, aunque el rumor de la presentación tan arrolladora que había hecho ya se había extendido a todos los rincones de la empresa dándole a ella la victoria. Incluso los más escépticos sabían que esta vez no había margen para los favoritismos. El proceso había sido tan abierto y tan claro que cualquier intento de manipulación de resultados sería más que evidente.


Finalmente, el lunes al medio día, Ana recibió el correo con el resultado final del proceso de selección. La emoción la embargó aún sin llegar a abrirlo. Cerró los ojos, respiró y le dio al botón de enter.

Había ganado.


El puesto era suyo. No porque se llevase bien con los altos cargos, no porque hubiera hecho favores o hubiera tratado a alguien de una manera especial, sino porque se lo merecía. Por su esfuerzo, su dedicación y su compañerismo, se lo merecía.


Los días siguientes fueron de celebración con sus compañeros, pero también de reflexión con ella misma. Lo que había logrado no había sido tan sólo un triunfo personal, sino un mensaje para todas las mujeres de la empresa, para todas las que alguna vez vieron cómo eran ignoradas o menospreciadas en un mundo empresarial de hombres.


Ella había sido la primera, pero pretendía no ser la última.


—Sabía que lo conseguirías, Ana —le dijo María, mientras la abrazaba —. Has abierto las puertas a todas las mujeres de la empresa, y del país pues tu historia debe ser contada para servir de ejemplo a todas aquellas mujeres que se encuentren en tu misma situación.


Ana asintió, sintiéndose orgullosa de haber llegado hasta ahí y responsable de seguir manteniéndose como ejemplo para las demás.


Los meses siguientes, los pasó acudiendo a conferencias donde exponía sus proyectos de igualdad, transparencia y justicia. A través de los protocolos de selección que creaba para implantar en muchas de las empresas del país, pretendía promover la equidad de género dentro de las mismas.


Lo que había logrado a nivel personal, se convirtió en el inicio de un cambio mucho más grande, donde las mujeres especialmente formadas empezaron a ser reconocidas como iguales dentro de la dirección.

Por fin su voz había sido escuchada, y con la de ella, la de muchas más.



Tenesor Semidán - Relato publicado en Infonorte digital el 22 de enero 2025




El cielo estrellado lucía como un manto de plata la noche en la que el consejo de sabios se reunía por última vez a los pies de la Montaña sagrada. En el centro, colocado cobre una enorme piedra a modo de pedestal, se encontraba el anciano guanarteme Tenesor Semidán. Esa noche era el encargado de llevar las riendas de la reunión y todos esperaban ansiosos lo que tenía que decir.

Los doce guaires que lo rodeaban discutían en voz baja sobre las últimas decisiones que se tomaron. “Esta vez si aceptamos seguiremos vivos, pero dejaremos de ser quienes somos”, dijo Artemi, el más longevo de los doce guaires, con tono de derrota.

Desde que era pequeño, Tenesor amaba la ciudad que lo vio nacer, Agáldar. Le gustaba el bullicio de la gente, los ritos que se llevaban a cabo antes de recoger la cosecha, la fortaleza de los hombres y la dedicación de las mujeres. Y haría todo lo que fuera por defenderla.

Esa noche, allí de pie, había fuego en sus ojos, pero también miedo. Sabía que la sombra de la conquista avanzaba desde la costa y ya casi les rozaba los pies. “Esto no se acaba aquí”, dijo por fin. “Si guardamos en nuestra memoria quienes somos, nuestras costumbres y tradiciones, las canciones que hablan de nosotros, entonces seguiremos existiendo para siempre pues, nunca seremos olvidados. Y no importa que nuestra ciudad o nuestros muros cambien”

Al amanecer, tras un largo consejo de sabios y bajo los primeros rayos de sol que teñían el basalto de la ciudad, Tenesor firmó la Carta de Calatayud con los emisarios de Castilla, un acuerdo en el que se garantizaba la libertad de los isleños.

“Que nuestras raíces sean fuertes, porque las ramas siempre buscarán la luz, sin importar cuantas veces caigan las hojas”, pronunció por última vez bajo el Drago.

Con el tiempo Agáldar se transformó en la Villa de Santiago de los Caballeros, quedando grabadas, en todos los descendientes de los guaires, las historias de los primeros habitantes de la ciudad.

15 enero 2025

Stop bullying - Relato publicado el 15 enero 2025 en Infonorte Digital

 





Axel nunca había estado entre los más populares del instituto. Tampoco era de los más tímidos, pero se sentía mejor pasando desapercibido entre la multitud. Sin embargo, un día algo pasó, y su vida en el instituto cambió radicalmente.

El momento en el que las cosas dejaron de ser como era ocurrió en la cafetería. Mientras pedía su ya habitual sándwich de queso, escuchó como un grupo de chicos mayores se burlaba de su compañera de clase Carla.

Ella se parecía a él. No le gustaba llamar la atención, se sentaba al final de la clase y siempre parecía estar sola. Pero con ella eran diferentes. Mientras que a él solían dejarlo en paz, de ella se burlaban constantemente. Se metían con su ropa, con el peinado que llevaba cada día, con su forma de hablar, incluso criticaban el libro de lectura que llevaba siempre en sus brazos.

Ese día en la cafetería, las risas fueron a más. Le tiraban de la coleta, le daban pequeños empujones y trataban de bajarle los pantalones, mientras sus mejillas se encendían de un rojo intenso y bajaba la mirada.

Axel, ante aquella escena, y viendo que los que estaban a su alrededor no hacían nada, supo que debía actuar y tratar de que la dejaran en paz. Puede que fuera por la forma en la que Carla se aferraba al libro que llevaba cual escudo de protección o porque en el fondo entendía cómo debía sentirse su compañera.

Paren de una vez”, gritó Axel con voz temblorosa. Tenía un nudo en el estómago y sentía miedo a las represalias, pero se sintió bien por defender a su compañera.

Esa misma tarde, al llegar a casa, pidió permiso a su padre para utilizar el ordenador y escribir un mensaje que imprimió en hojas de colores. Quería pegarlos en los pasillos del instituto antes de comenzar las clases.

El mensaje decía: ¿Qué harías si tú fueras Carla? El bullying no es un juego, es un reflejo de quién eres, no de quién es la víctima. Seamos mejores.

Los carteles causaron furor. Alumnos y profesores murmuraban sobre quién los había colocado. Unos sonreían orgullosos de tener algún compañero tan valiente entre ellos, otros se miraban confundidos (¿o quizás avergonzados?) y la mayoría se mantenía en silencio, reflexionando.

Axel no se quedó ahí. También creó una web llamada Sé valiente. La primera publicación la llamó Carla no está sola y animaba a los chicos y chicas de su edad a escribir sobre los casos de acoso o abusos de su instituto, conocidos o vividos por ello. Dos días después ya tenía más de 2000 seguidores.

Aquel día en la cafetería cambió la vida de Axel, la de Carla y la de muchos otros compañeros. Ahora él era muy popular, los profesores le decían lo bien que lo había hecho, algunos compañeros le daban las gracias por su iniciativa y el director lo propuso para ser entrevistado en el periódico digital del pueblo.

Carla empezó a hacer amigos y agradeció a Axel el haberla hecho visible regalándole uno de sus libros favoritos: Redes de Eloy Moreno.

Y es que ser valiente no es enfrentarse a las masas o defender a un compañero, sino promover un gran cambio social a través de pequeñas buenas acciones.




08 enero 2025

COCO - Relato publicado el 8 de enero de 2025 en Infonorte Digital



Coco no era un perro de raza fina, más bien, tenía un aspecto raro pero bonito a la vez. Era de color canelo, con ojos grandes y tiernos y un alma gigante. Su dueña, Lynnea, lo encontró un día mientras caminaba por el parque. Estaba agachado y tenía la mirada triste, por lo que decidió llevárselo a casa, alimentarlo y asearlo. Y desde entonces se convirtió en el mejor de los amigos.

 

Lynnea era enfermera y trabajaba a turnos en la planta de oncología infantil del hospital. Cada día, cuando le tocaba librar, le gustaba pasar la mañana jugando y haciendo actividades con los niños. Una de esas mañanas, sintió que Coco estaba un poco triste y, para no dejarlo solo en casa, pidió permiso a sus jefes para llevarlo. Le puso un chaleco azul con su normbre bordado y le añadió una pegatina que decía “compañero”. Entró con él en la sala de juegos justo cuando los pequeños estaban comenzando la asamblea. Lo que no sabía era que Coco se convertiría en el mejor guardián y confidente del mundo.

 

Cada mañana entraba a la planta, saludaba al personal y recorría el pasillo moviendo alegremente la cola. Y cuando entraba en una habitación el rostro apagado del niño se iluminaba cual farolillo.

Con Carla, que estaba en su tercera ronda de quimioterapia, se acurrucaba en la cama mientras ella le contaba historias sobre princesas y dragones. Le gustaba ladrar suavemente cuando ella hacía su mejor imitación de un dragón rugiendo.

Con Mario, que apenas tenía fuerzas para levantarse, se tumbaba a su lado, dejando que el niño acariciara las orejas. Mario decía que tocarlo era como "abrazar un rayo de sol".

Pero no todos los días, eran días de fiesta. Algunos de ellos eran difíciles, había lágrimas de padres que se despedían de sus hijos tras la lucha batalla que habían vivido, y el dolor se extendía en toda la planta. En esos momentos, Coco se movía entre ellos cabizbajo, ofreciendo compañía con su presencia silenciosa. Su sola existencia parecía recordarle a todos que, incluso en medio del dolor, aún había algo cálido y puro.

Un día, mientras Lynnea y su fiel amigo salían del hospital, un médico se les acercó. “Es increíble lo que hace este perro,” dijo conmovido. “A veces pienso que entiende más sobre la vida que nosotros.” Lynnea sonreía mientras miraba a Coco. Ella sabía que no era un simple perro; era un gran compañero de vida.

Cuando la jornada terminaba, Coco descansaba en casa, agotado pero feliz. Sabía que volvería al día siguiente, porque los niños lo esperaban. Y mientras él estuviera allí, los pasillos del hospital tendrían menos frío, menos miedo y más amor. No curaba cuerpos, pero sanaba almas y eso era todo un milagro.



02 enero 2025

La Guardiana - Relato publicado el 2 de enero de 2025 en Infonorte digital



La biblioteca del pueblo se encontraba justo en el centro, junto a la plaza principal y la pequeña iglesia. Era un edificio alto y antiguo, con un enorme reloj en su fachada que dejó de funcionar hacía ya muchos años. Sus paredes de piedra marrón estaban sostenidas por anchas vigas de madera oscura, y sus ventanas eran tan grandes que parecían puertas. A mi abuela le gustaba contar que por ahí cruzaban seres del pasado que visitan y cuidaban el pueblo de tormentas, robos o cualquier otro desastre. Sin embargo, lo que se contaba en los libros de historia, es que dichas ventanas sí que habían sido puertas de una gran mansión.

 

Al parecer, hacía ya muchos años, una condesa había muerto quemada en su casa tras haber tropezado con una lámpara de aceite. Lo único que se pudo rescatar del incendio fueron las enormes puertas exteriores que mandó construir en el extranjero. Y ahora esas puertas formaban parte de la biblioteca en forma de ventanas. Lo que mi abuela no sabía, o al menos a mí nunca me contó, es que entre tantas y tantas historias había una que destacaba por encima de las demás, la del fantasma que paseaba entre las estanterías de libros.

 

La llamaban La Guardiana. Nadie la había visto nunca, ni sabían de quién se trataba, pero quienes trabajaban allí o se quedaban a estudiar hasta tarde, decían que su presencia se notaba en cada uno de los pasillos. Escuchaban susurros entre los estantes, el crujir del suelo a cada paso, pese a que nadie estuviera de pie, y a veces, algún libro salía volando por los aires dejando el hueco que había estado ocupando totalmente vacío.

 

Sólo una persona en todo el pueblo la había visto, la abuela del alcalde, la mujer más longeva de todas. Decía que se trataba de una mujer de rostro pálido, con un vestido largo, negro y sencillo. La había visto a través de la ventana de la esquina superior, la más cercana al reloj y parecía buscar un libro. Pero no buscaba un libro, cuidaba de todos ellos.

 

La colección personal de libros que un día donó la condesa al pueblo estaba expuesta allí, en la biblioteca, y ahora ella misma se encargaba de que nadie los estropeara. Había pasado su vida adorando aquellos viejos volúmenes y, tras morir, no quiso marcharse sin asegurarse de que no tuvieran polvo, se perdieran o fueran mal utilizados.

 

Algunos le temían, por lo que intentaban ponerse grandes auriculares para evitar oír el ruido de sus pasos. Otros, en cambio, consideraban que su presencia allí ayudaba a la popularidad de la biblioteca convirtiéndola en un atractivo lugar encantado. Si alguien colocaba un libro donde no iba, éste salía disparado de la estantería hacia donde realmente debería estar. Y si alguna persona hojeaba un volumen sin cuidado, una corriente de aire procedente de ningún lado, hacía que sus páginas le azotaran los dedos a modo de advertencia.

 

Una tarde, una joven que estudiaba allí después de las clases de la universidad, encontró un pequeño libro situado en la mesa en la que solía sentarse. Lo abrió y leyó la primera página: “Para aquellos que aman las historias, soy su amiga eterna.” Intrigada, comenzó a leer. La historia hablaba de una mujer que, incapaz de abandonar los libros que tanto amaba, había hecho de la biblioteca su hogar eterno.

 

Durante unos segundos, levantó la mirada y le pareció ver la figura de la condesa al final del pasillo sonriendo, o debería decir de “La Guardiana de los libros”. Sea como fuere, a ella le gustaba estar allí. Se sentía cómoda estudiando y no le molestaba sentirse acompañada de alguien como ella, alguien que amaba los libros y los cuidaba dejándose el alma en ello. Nunca mejor dicho. Así que decidió agradecerle su presencia y su dedicación dejando flores entre las páginas de los libros más viejos.

 

Su espíritu no abandonaría nunca el lugar, pero al menos, los susurros que antes sonaban amenazantes, eran ahora agradables brisas de agradecimiento.

 



Secretos - Publicado en Magazine Norte Gran canaria el 31 de julio de 2025

Como cada noche, Lucía se encerró en su cuarto para leer el libro, ese donde las palabras parecían cobrar vida bajo la tenue luz de su lámpa...