04 agosto 2025

Recuerdos - publicado en Infonorte digital el 23 de julio de 2025




La casa aún seguía allí, en pie, como si el tiempo no hubiera pasado por ella. La pintura igual de descascarilladas, las ventanas rotas, la puerta agrietada que tanto ruido hacía al abrirse. Todo tal y como yo lo recordaba, tal y como había quedado guardado en mi memoria, pese a los más de 20 años que hacía que no pisada aquel lugar. 

En realidad, no sé muy bien por qué decidí volver a allí. Una carta sin remitente, los sueños de cada noche o, quizá, la nostalgia que se apodera de mi en los días en los que me siento sola y perdida. No estoy segura del motivo pero...volví. 

Nada más abrir la puerta el olor a viejo y a dolor me inundó la nariz, y a cada paso que daba, adentrándome aún más en el largo pasillo, más imágenes aparecían en mi mente. Los pies se me hundían en el suelo entre el polvo y las telarañas a la vez que pensaba en las fotos, el eco de su voz, la llave. Al fondo estaba el salón donde tantos veranos nos deshacíamos entre risas, la cocina donde solíamos preparar mi tarta favorita...juntas. 

Todo estaba vacío. Y sin embargo, dentro de mi, todo seguía lleno. 

Cada rincón de la casa respiraba. Cada objeto, ahora cubierto de polvo, guardaba en su memoria el recuerdo de lo vivido: los juegos de cartas, las tardes de lectura, las canciones a media voz, las lágrimas derramadas en los inviernos tristes, los abrazos en las noches de tormenta. 

Subí al desván, guiada por algo más fuerte que la propia razón y, allí, nada más abrir la puerta, me recibió el viejo baúl, su baúl. Cientos de cartas esperaban dentro a que alguien las encontrase, a que alguien las leyese y rememorase lo que un día en ellas se quiso escribir. Eran de mamá. Cartas que nunca llegaron a enviarse, palabras de amor, de consuelo y de orgullo que nunca fueron compartidas. Cartas que hablaban de ella, de sus motivos, de su forma de ver la vida, de los sueños que nunca había cumplido, de las veces que esperaba regresar. 

Y lloré. 

Comprendí que en algunos lugares los recuerdos nunca mueren. Que hay casas que, como nosotros, aún se acuerdan de los que allí vivieron manteniendo su esencia impregnada en las paredes, aún cuando nosotros mismos queremos olvidar. Que a veces los objetos saben más sobre nosotros que nuestra propia memoria. 

Salí al jardín antes de que el sol comenzara a ponerse y le eché el último vistazo a la casa. Estaba vieja, pero seguía bonita. Y ahora, me sonreía. 

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