06 febrero 2025

Perdida - relato publicado en Infonorte digital el 5 de febrero de 2025


Una tarde fría de enero, de esas de café y manta, Lucía decidió salir a pasear al bosque cercano a su casa. Solía hacerlo cuando notaba que los nervios empezaban a apoderarse de ella. Ese día, se levantó pensando en lo confusa que le parecía su vida: en su trabajo se encontraba fuera de lugar, sus relaciones amorosas eran frías y superficiales, se sentía sola e incomprendida y, a veces, le costaba levantarse de la cama.

Mientras caminaba por el sendero del bosque, con las manos metidas en los bolsillos huyendo del frío, y los auriculares con música ligera, empezó a fijarse detenidamente en el paisaje de su alrededor: el bosque era denso, los árboles eran altos y juntaban tanto sus ramas que dejaban pasar apenas un rayito de luz, todo era verde y olía a humedad.

En su mente, se entrecruzaban pensamientos fugaces y contradictorios sobre lo bonita que era la mía y lo desdichada que se sentía en ella: fracasos, miedos, malas decisiones, sueños incumplidos…y, sin embargo, muchos momentos de risas, muchos abrazos, alguna que otra alegría y personas que alguna vez la amaron.

Sin darse cuenta, había caminado tanto que ya no sabía dónde se encontraba. Paradojas de la vida, estaba perdida.

De golpe, la ansiedad se apoderó de ella, su respiración se volvió rápida y entrecortada y un sudor frío le recorrió la espalda. No lograba encontrar ningún punto de referencia que le indicara el camino de vuelta a casa, pues todo parecía igual: mismos troncos oscuros, mismas piedras gigantes y un silencio inquietante.

Por un momento pensó en quedarse quieta y esperar a que alguien la encontrara, pero sabía que si lo hacía moriría de frío esperando; intentó llamar a alguien para pedirle ayuda, pero no tenía cobertura ni a quién llamar; quiso gritar, pero, estaba tan asustada que apenas tenía voz. Así que hizo lo único que se le ocurrió hacer: rezar.

De repente, se le vino a la cabeza una frase que había leído en una revista de psicología: “Cuando te sientas perdida y sin rumbo, detente. Escucha con atención y mira a tu alrededor. La vida te envía señales constantemente.”

Así que eso hizo. Se quedó quieta, cerró los ojos y respiró profundamente. Sintió cómo el silencio la invadía y empezó a escuchar sonidos que antes no había tenido en cuenta: el susurro del viento entre las ramas, el canto de los pajaritos, el murmullo del agua del río…

“¡El río!” Enseguida se dio cuenta de que, si escuchaba atentamente podría seguir el sonido del agua hasta llegar al río, desde donde podría ver dónde se encontraba. Tenía razón la psicóloga de la revista: nunca estamos solos, a nuestro alrededor siempre hay vida.

Aceleró el paso para que no la alcanzara la noche estando allí, tan adentro en el bosque, y cuanto más se acercaba al río más calmada se iba sintiendo. A su alrededor las mariposas revoloteaban tranquilas entre las flores, las ardillas disfrutaban su comida, subidas a los troncos y ya el día no le parecía ni tan gris ni tan frío.

Al llegar al río, se detuvo a mirar su reflejo en el agua durante unos segundos, entendiendo, por primera vez en mucho tiempo, que no estaba sola y perdida. Simplemente, había dejado de escucharse a sí misma.

Cuando por fin estuvo en casa, ya no era la misma. Perderse en el bosque le había enseñado que, aunque a veces sentimos que hemos perdido el norte y no encontramos la salida, lo único importante es la forma en la que nos volvemos a encontrar, la que nos aporta lecciones y aprendizajes que nos hacen ser mejores.

Porque, al igual que la vida, el bosque no te facilita las respuestas, pero da herramientas para que aprendas a escucharte y, haciéndolo, siempre encuentras el camino.

 

 


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