En el desván de una vieja mansión victoriana, oculto tras la pila de cajas y muebles de anticuario, existe un retrato que pocos se atreven a mirar. Según los rumores, el autor sufría de alucinaciones y delirios, y pasaba los días hablando de su viaje al futuro donde conoció a una mujer cuya belleza era tan irresistible como peligrosa. La llamaba Lucrecia y, según los pocos que habían tenido la suerte, o más bien la desgracia, de apreciar su belleza hecha pintura, dejaba su esencia atrapada en el cuadro, envejeciendo rápido y muriendo joven. Motivo por el que la habían ocultado durante tanto tiempo.
Adriana, una restauradora apasionada por las historias raras y extravagantes que se escondía tras cada pintura, había sido contratada para recuperar las obras de arte de la mansión antes de su inminente compra. Nadie, menos aún los interesados en vender, le mencionó la existencia de aquel cuadro hasta que, al rodar un pesado mueble de madera, lo encontró. La mujer que tenía delante parecía estar viva: cabello rubio y ondulante, labios gruesos pintados de rojo, mirada penetrante…no pudo más que retroceder, anonadada entre tanta belleza y asustada ante la sensación de quedarse atrapada en ella.
Incapaz de resistir su magnetismo, Adriana comenzó a trabajar en el cuadro. Cada pincelada que daba parecía despertar algo dentro de ella y con cada minuto que pasaba la atmósfera de la habitación se volvía más densa. Y el aire … más frío.
Según iba avanzando, se iba sintiendo cada vez más molesta. Quizá se estuviese volviendo loca por las horas que llevaba frente a aquel cuadro, trabajando sin parar, pero, tenía la ligera sensación de que la expresión de aquella mujer iba cambiando de manera sutil. Ante aquella locura soltó las brochas, se lavó las manos y el rostro y se fue a casa.
Esa noche, Adriana tuvo un sueño extraño. Lucrecia estaba frente a ella, envuelta en sombras, pero con una belleza que parecía sobrenatural.
—Gracias por devolverme la vida —dijo con una voz suave y seductora.
Adriana despertó sobresaltada. Eran las 3 de la mañana y estaba empapada en sudor. El sueño le había parecido tan real…
Al regresar a la mansión al día siguiente y deseando colocarse de nuevo frente a aquella preciosa imagen, se encontró la habitación completamente vacía. El marco seguía estando, de hecho, era lo único en el desván, pero la figura de Lucrecia había desaparecido.
Días después, los vecinos comenzaron a hablar de una mujer misteriosa que caminaba por el pueblo, una mujer cuya belleza era tan intensa que dejaba a todos hipnotizados. Adriana estaba segura de saber de quién se trataba. Lucrecia andaba suelta y ella, sin saber muy bien cómo, la había liberado.
Pasó días enteros vagando por las calles de día y de noche tratando de encontrarla, pero nunca logró dar con ella. No había nada más que ella pudiera hacer, tendría que vivir el resto de sus días sintiéndose culpable y rezando para que no hiciera daño a nadie. Al fin y al cabo, era sólo una mujer queriendo ser libre…por fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario