Crecí admirando a mi padre. Desde pequeña, siempre que tenía oportunidad, lo acompañaba a su oficina del centro y me sentaba junto a él en el escritorio. Mientras los demás niños de mi edad aprendían a montar en bicicleta o jugaban a la pelota en el parque, yo me entretenía observando cómo se movía, qué apuntaba, oyendo esa grabación que escuchaba una y otra vez en su vieja grabadora. Nunca me ocultó a qué se dedicaba; al contrario, a veces durante la cena compartía conmigo alguna pista que no lograba descifrar. Y así, con el paso de los años, aprendí a observar donde otros solo ven.
Hoy cumplo 25 años, y aunque mi padre ya no está conmigo para celebrar mis triunfos y ver la mujer en la que me he convertido sé, que haya donde esté, está orgulloso de mí. Después de tanto esfuerzo, inauguro mi propio despacho. No es casualidad haber escogido esta fecha, más bien, es tradición. Él también estrenó despacho el mismo día que yo pero 40 años atrás. Y en su honor, su escritorio, el mapa de la pared que tanto le gustaba, y su sombrero, forman parte de mi decoración.
Mi padre hacía dos años que me dejó y, aún así, sus enseñanzas siguen siendo la brújula que me va indicando el camino. Mi primer caso importante acababa de llegarme: una mujer había perdido a su hijo pequeño en extrañas circunstancias y la policía parecía no avanzar en la investigación. Y yo sabía que los primeros días eran cruciales.
Me senté en mi escritorio y revisé toda la documentación que había en la carpeta, bajo la atenta mirada de su foto: el niño desapareció en el parque, no había testigos y nada fuera de lugar destacaba en la escena. Sin embargo, algo llamó mi atención. Había una cámara de seguridad en la puerta del banco situado justo enfrente de la entrada del parque, y nadie parecía nombrarla en el informe. Así que, tal y como él me enseñó, me dirigí hacia aquel punto. Le supliqué al director del banco que me dejase ver la grabación y ahí estaba. El niño había salido del parque de la mano de alguien que le resultaba extrañamente familiar…
Ese rostro. ¿Por qué le sonaba tanto? ¿Quién era?
Mientras conducía, pensaba en mi padre. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que él sabría quién era.
¡Dios mío! ¡Ya sé quién es! Malcom, el mejor amigo de mi padre. El que tantas veces había visto en su despacho ayudándolo con aquel caso de custodia. Algo no encaja.
No me lo puedo creer. ¿Qué hace él ahí y con ese niño? De repente sentí como mi presente y mi pasado se mezclaban en lo que parecía ser un caso más personal que casual. En el fondo de mi corazón sabía que la madre del niño me había escogido por alguna razón que desconocía. Fuera como fuese, de lo que estaba segura es de que descubriría la verdad detrás de ese extraño caso.
Estoy preparada, he sido formada por el mejor profesor del mundo y cuento con una brújula muy especial que me irá guiando a cada paso.
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