06 noviembre 2024

Año 2145 - Publicado en Infonorte digital el 06/11/2024

 



Era el año 2145, las ciudades que un día conocimos yacían bajo tierra ya olvidadas, y la humanidad era cada día menos…humana. Las ciudades eran ahora grandes metrópolis metálicas flotantes, tan grandes que sobrepasaban las nubes dejando a sus pies una atmósfera cada vez más contaminada. El azul del cielo hacía muchos años que había dejado de ser azul, convirtiéndose en una mezcla de rojos y naranjas que se mantenían estables día y noche.

Los libros, e incluso el papel, solo se veía entre los más desfavorecidos, aquellos que vivían más cerca del suelo, donde se escondían traficantes y malhechores. Ahora sólo existía el mundo digital. Las personas, tal y como antes las conocíamos, se habían convertido en robots, conservando de su época humanoide el pelo, la mitad de la cara, un brazo y una pierna. Todo era controlado de manera digital, los sentimientos y emociones, los alimentos, el agua, el clima…Dependían completamente de la tecnología para sobrellevar el día a día.

Lía, una joven ingeniera de la urbe nómada Agáldar, paseaba de un lado a otro por el enorme pasillo de cristal de su casa flotante. En su mano llevaba un dispositivo que proyectaba en el techo, de manera holográfica, como era su mundo hacía 120 años, justo antes del impacto del meteorito Zeus. Sus abuelos, le había dejado como legado unos diarios con tapas de cuero, de papel antiguo, y escritos a mano, donde narraban cómo era sus vidas en aquel entonces. Hablaban de campos verdes, océanos azules, aire fresco, pájaros, peces y personas que viajaban surcando los mares o volando en grandes aviones. Para ella, todo eso sonaba a fantasía, y le encantaba.

En Agáldar, todo estaba controlado por un grupo de científicos y tecnólogos, que se hacían llamar Los Gobernantes, y eran los que decidían cómo y cuándo debían moverse las ciudades flotantes, asegurándose que las pocas regiones de la Tierra que no fueron alcanzadas por el meteorito, y podían ser aún explotadas, fueran accesibles para tan solo unos pocos. Sin embargo, Lía no se fiaba de Los Gobernantes. Los rumores decían que no eran transparentes y que se guardaban información muy importante sobre lo que de verdad sucedía en la ciudad y en el planeta.

Una mañana, mientras limpiaba las turbinas gravitacionales que mantenían estable a Agáldar, recibió un mensaje en el comunicador que llevaba implantado en el lado derecho de su cabeza. La voz que hablaba, que siempre solía ser la del robot guía del edificio central de la urbe, le resultaba vagamente familiar:

Lía, el planeta está despertando. Ya no queda nada.

Lía, incrédula, miró a su alrededor. La voz era la de su abuelo, muerto hacía ya muchos años, y parecía que sólo ella la había escuchado. Esa noche, tras el toque de queda establecido hacía unos 15 días, decidió investigar y adentrarse en el edificio central en busca de respuestas. Dentro, encontró mapas holográficos como el que ella conservaba de sus abuelos, donde la Tierra aparentaba ser completamente diferente a como se la habían contado.

Había lugares que parecían renacer de sus cenizas, Bosques verdes y frondosos, ríos con grandes caudales, costas que empezaban a recuperarse, animales de diferentes especies y mucha vegetación. Al parecer, Los Gobernantes habían mantenido todo eso en secreto para controlar a toda la civilización.

De repente, las puertas se abrieron y alguien, escondido tras una capucha, entró en la sala. Era un hombre mayor, con armadura de robot de color dorado. Lía supo bien quién era: uno de los científicos del gran consejo retirado tras ser descubierto intentando huir de la urbe. Toda una leyenda entre los radicales.

Sabes demasiado muchacha —dijo—pero no lo suficiente como para enfrentarte a esto sola. El planeta está recuperándose a pasos agigantados, pero Los Gobernantes no van a permitir que nadie lo sepa. Quieren recuperarlo para ellos solos.

¿Y qué hacemos? —preguntó Lía.

Únete a los últimos supervivientes, entre ellos tus abuelos, que han vivido escondidos durante décadas. Pretendemos regresar a la Tierra de antes, a la que nunca debimos abandonar. El meteorito la dañó, pero dejó muchas partes ilesas y, las otras, se han recuperado. Necesitamos tu ayuda.

Lía lo miró confundida. Todo con lo que había soñado, e investigaba a escondidas, estaba en juego. Pero si la Tierra estaba viva y tenía la oportunidad de volver y ser libre, haría lo que estuviera en su mano para conseguirlo.

Cuenten conmigo —confirmó.

Ambos, decidieron visitar a los rebeldes. Uno por uno, cada una de las noches durante varias semanas, formando poco a poco una red clandestina enorme. La Tierra, los estaba llamando, invitándolos a volver, y esta vez, lo que quedaba de humanidad tenía que luchar por conseguir lo que era suyo.

El amanecer de una nueva era estaba a punto de comenzar.

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