A Mikel le gustaba observar su bonito Renault 5 amarillo desde la ventana. Lo miraba con la misma nostalgia con la que observaba sus fotografías de joven. A sus 80 años, aún recordaba, como si hubiera sido ayer, el día en que lo fue a recoger al concesionario del pueblo. Tenía entonces 25 años y se sentía imparable, como si no hubiese nada imposible para él y tuviese todo el mundo a sus pies esperando para ser conquistado.
Y así pasó la mayor parte de su vida. Rodeado de familiares y amigos, pero prefiriendo estar sólo. Su Renault y él, solos frente al mundo, o frente a la carretera más bien.
La única persona capaz de sacarlo de su obsesión era Julia, su esposa. Ella y su coche eran los únicos que albergaban un lugar especial en su corazón. A veces, sólo a veces, Mikel compartía sus viajes con ella, iban juntos a playas escondidas, visitaban bosques frondosos que decían estar encantados, se alojaban en pueblos perdidos…Pero de eso hacía ya mucho. Desde que Julia se marchó, Mikel abandonó su precioso Renault 5 en el garaje, y ahora reposaba bajo un manto de polvo y telarañas, sufriendo en su carrocería el paso del tiempo.
Una mañana de domingo, sin embargo, Mikel sintió que el coche lo llamaba desde el garaje. Como si le estuviera pidiendo volver a salir. Se levantó temprano, con una energía completamente renovada que le hacía sentir como si volviese a ser joven y, sin pensarlo dos veces, se hizo con las llaves. No estaba seguro del estado del motor de su viejo Renault, pero su instinto le decía que arrancaría sin problemas. Cuando abrió la puerta y retiró la cubierta que lo mantenía escondido, un soplo de aire fresco, cargado de emoción y nostalgia le golpeó el rostro.
“Prepárate viejo amigo, este será nuestro último viaje”, murmuró con voz temblorosa sujetando fuertemente las llaves entre sus manos. No estaba seguro de hacia dónde se dirigiría, o tal vez sí, pero de lo que sí estaba seguro era de que no era justo silenciar aquel maravilloso y rugiente motor.
Mikel se sentó en el asiento del conductor, cerrando la puerta con suavidad, como quien teme rememorar recuerdos ya dormidos. Acarició el volante de cuero desgastado y palpó con anhelo la palanca de cambios, que se adaptaba perfectamente al tacto de sus dedos. Cogió aire y giró la llave. Al principio, el motor tosió tratando de despertar tras tantos años de hibernación, pero, el ronroneo de siempre no tardó en llegar y Mikel sonrió con la mirada chispeante.
Nada más llegar a la carretera principal del pueblo, la que lo llevaba hasta la gran autovía, los recuerdos comenzaron a aflorar en su mente: el primer viaje que hizo solo, el primero que hizo con Julia el día que condujo su coche por primera vez, las fotos que se habían sacado con el coche de fondo, los bocatas que habían compartido sentados en él frente a la costa. Dentro de aquel Renault se declaró a su mujer, le pidió matrimonio y le prometió hacerla feliz, por siempre.
Con cada kilómetro, surgían nuevos recuerdos, y la calidez lo hacía sentir cada vez más y más cómodo. Tanto él, como el coche, parecían recuperar la vitalidad que hacía tanto tiempo habían perdido. Agradecidos ambos, de volver a tomar la carretera. Poco a poco, las luces de las casas de los pueblos aledaños iban quedando atrás, dando paso a una carretera en zigzag que atravesaba el pequeño bosque hacia campo abierto.
Tras varias horas conduciendo, divisó un pequeño y colorido faro en el horizonte. Junto a él una pequeña gasolinera donde repostaban camioneros y transeúntes que se dirigían hacia otro lugar, y en ella una cafetería con letreros de neón en la fachada. Paró a por un sándwich y aprovechó para repostar.
“Fíjate en el Renault, todo un clásico”, escuchó decir al camarero. Mikel se sentía tan orgulloso de su coche que, ante unos adolescentes que se pararon a mirarlo, pese a considerarlo chatarra, decidió contarles cómo se lo había comprado.
—¿Es un Renault 5? —preguntó uno de los chicos —Creo que mi abuelo tenía uno. Es tan viejo como usted.
Mikel, lejos de sentirse ofendido, sonrió orgulloso. El dueño de la gasolinera, un señor de unos 50 y tantos, se unió a él mostrando curiosidad y admiración. Y así pasaron casi una hora, intercambiando miradas cómplices sabiéndose aliados de la historia, compartiendo conocimientos sobre coches clásicos, los que se conducían con el alma y sin reggaeton. Aquellos que te llevaban a donde querías sin tener que usar GPS y te ayudan a ganar más muscular gracias a las manivelas que subían y bajaban los cristales.
Eran esos momentos los que alegraban el corazón de Mikel: charlas con desconocidos que compartían el amor por las cosas antiguas, la añoranza de tiempos mejores y más fáciles, y las ganas de vivir.
El anochecer amenazaba con caerle encima, así que Mikel emprendió de nuevo su viaje por carretera, no sin parar a disfrutar del atardecer donde tantas veces lo había hecho con Julia. Las carreteras eran cada vez más estrechas y empinadas y su querido amigo, aunque viejo, respondió con lealtad. Cada cuesta representaba un reto que superar, pero Mikel confiaba en el motor y en sus caballos. Con cada kilómetro, más feliz se sentía. Sabía que Julia estaba allí, sentada a su lado, disfrutando con él del camino, acompañándolo. Se apoyaba en su hombro y disfrutaba del paisaje y de la conducción.
No importaba mirar y no verla. Le bastaba con sentirla, con oler esos recuerdos en el aire, en la tela de los sillones del coche. “Cómo no hice esto antes. Perdóname amigo mío por haberte abandonado durante tantos años en el garaje”, pensaba Mikel.
El final del trayecto estaba llegando. El hostal gran balcón situado en la cima de la colina de San Benito, tenía las mejores vistas del valle, de los ríos que lo bordeaban y de los pueblos que descansaban en sus orillas. Mikel apagó el motor y disfrutó del silencio. Reclinó el asiento y se quedó ahí unos minutos. Luego sacó un lápiz y comenzó a escribir todos los sentimientos que llevaba reprimidos dentro de él durante tantos años, lo libre que sentía por fin tras haber recuperado parte de su juventud y lo agradecido que estaba a la vida por haberle concedido el placer de haber sido un hombre afortunado en la salud, el amor y los bienes materiales.
No estaba seguro de cuando volvería a disfrutar de un paseo como aquel, pero al menos estaba seguro de que volvía a sentirse un hombre libre, como cuando se lanzó a la carretera por primera vez.
A la mañana siguiente, antes de que la recepción del hostal abriera sus puertas, una de sus inquilinas se asomó a la ventana para disfrutar del amanecer mientras practicaba alguna postura de yoga, fijando su mirada en el Renault 5 amarillo. La última vez que se asomó a la ventana no lo había visto, de lo contrario se hubiera acordado y, además, parecía haber un hombre mayor dentro de él, durmiendo... “Estará descansando”, pensó.
(Junto a él, una nota de despedida)
Mikel había recorrido miles de kilómetros por el mundo con su compañero del alma y ahora, ambos habían llegado al final del que sería último viaje juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario