Octubre 2024. Plaza de La Feria.
Micaela, una joven peruana recién llegada a Gran Canaria, improvisa un pequeño puesto de comida en un lateral de la plaza. Con manos ágiles y rápidas prepara ceviche mientras habla con los vecinos que a su alrededor se apelotonan. Frente a ella, Malik, un hombre senegalés, vende bolsos y collares artesanales hechos de colores. No se conocen, pero intercambian saludos en francés, y un poco de español, cómplices del momento por el que atraviesan y les mantiene unidos en la distancia.
Una tarde, una anciana llamada Yoko, se les acerca y les regala una caja de origami. Ella solo habla japonés, pero aquellos detalles en papel, tan bonitos y delicados, hablan por sí solos. A pesar de sus diferencias, Yoko les muestra afecto y les da la bienvenida, entendiendo que el momento que ahora ellos atraviesan, ella también lo vivió cincuenta años atrás.
Una noche, tras una dura jornada, Micaela le ofrece un plato de ají a Malik, y este, le responde regalándole una de sus pulseras color verde esperanza. Ambos sonríen, y entre miradas cómplices disfrutan de la noche con la grulla de papel que les había hecho Yoko en el bolsillo.
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