20 noviembre 2024

A TRAVÉS - Relato publicado el 20 de Noviembre en Infonorte Digital

 



Doce de la noche. Un sobre sin remitente se desliza por debajo de mi puerta. Lo abro. Su caligrafía antigua y elegante contrasta con la textura y frialdad del papel. Dentro, una simple nota: “Sabes más de lo que crees”.

No puedo dormir. Me dirijo a la cocina y pongo a calentar agua para prepararme una infusión que me ayude a conciliar el sueño. Por más que intento adivinar de quién puede proceder aquella nota, el único recuerdo que se me viene a la cabeza es el de aquella conversación que mantuve con él siendo tan sólo una niña, aquella advertencia que nunca entendí del todo. Puede que quizá mañana, con la mente más despejada, logre recordar algo más.

Son las tres de la mañana y aquí sigo, sin poder dormir. Los únicos diez minutos que he cerrado los ojos no he parado de soñar con una casa en ruinas y una puerta entreabierta que me resulta extrañamente familiar.

Seis de la mañana. Acabo de recordar dónde está esa casa. Mi padre me llevó allí a visitar a aquella mujer muchas veces sólo que, por alguna razón que desconozco, mi cabeza decidió eliminar ese recuerdo. Estaba a las afueras de la ciudad y, para llegar a ella teníamos que atravesar las montañas en coche.

Tardé tres horas en llegar, pero ya estoy aquí. El frío de la ciudad no es nada en comparación con el aire gélido que me recorre el cuerpo nada más bajarme del coche. Menos mal que me traje le termo de café. La casa, grande e imponente, aunque vieja y deteriorada, tiene la puerta abierta. Las alfombras que un día aportaron color y calidez, ahora se ven deshilachadas y llenas de polvo. Cuánta oscuridad en el que un día seguramente fue un salón lleno de luz.

Y entonces, lo vi. Ahí está. Al fondo de la estancia veo el espejo bañado en oro, con figuras de ángeles y demonios tallados en la parte de arriba. El espejo en el que tantas veces me miré de pequeña.

Los recuerdos se me agolpan intentando decirme algo y sombras, procedentes de todos lados, empiezan a danzar a mi alrededor dándome la bienvenida. Y casi por arte de magia empiezo a entender por qué estoy aquí. Ahora lo entiendo todo. Tantos años investigando por mi cuenta la desaparición de mi madre y, sin embargo, en un rincón de mi mente siempre ha estado la respuesta.

1 de octubre de 1986. Papá, mamá y yo vamos de excursión a las montañas en el coche de la abuela. Cantamos y comemos palomitas por el camino hasta llegar a la vieja casa de la tía. Me encanta ir allí a jugar, sentarme delante del espejo, admirar sus figuras y hablar con ellos. No sé dónde viven, pero siempre que me ven vienen a visitarme. Hoy mamá irá con ellos. Dice que tiene cosas que hacer y que es su deber, y que sólo estará fuera un par de semanas.

Aquel día, mi madre atravesó el espejo sin mirar atrás, sin ni siquiera darme un beso de despedida. Y desde entonces no ha vuelto. Papá me dijo, una y otra vez, que no la buscara, que me olvidara de todo aquello si no quería sufrir las consecuencias, así que mi cabeza olvidó el último día en que la vi, aunque en el fondo de mi corazón sabía que ella seguía viva.

Esa mañana, la nota bajo la puerta me lo había dicho. Sé más de lo que creo. Y ahora, más que nunca, estoy dispuesta a recuperarla

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